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Adolescentes: dependencia y adicciones

¿Cómo un hábito transitorio que nace de la curiosidad y la exploración propias de la edad termina en adicción? Hay tres señales que dan la voz de alerta
El concepto que tienen los adolescentes de lo bueno y de lo malo está basado en lo que les han enseñado los padres. “Luego necesitan ir más allá, experimentar por sí solos por qué les han dicho eso”.
Si ya tienen edad suficiente para saber lo que es bueno, lo que es malo y lo que les hace daño, ¿por qué son los adolescentes tan vulnerables a las adicciones?  La realidad es que esa primera suposición, hipótesis que muchos adultos dan por sentada, no es del todo cierta, considera el psicólogo y psicoanalista belga Tanguy de Foy.
Y no lo es, dice, porque el concepto que tienen de lo bueno y de lo malo está basado en lo que les han enseñado los padres o tutores.
“Ahora sienten la necesidad de ir más allá, de experimentar por sí solos por qué les han dicho eso, llegar al límite de lo bueno y lo malo. Entonces, en ese sentido no lo saben, saben ciertas cosas; pero los mismos cambios que trae la adolescencia los motiva a querer experimentarlas”, explica De Foy. ¿Es eso malo?
Para nada, responde. La experimentación extrafamiliar en la adolescencia es relativamente normal y sana.  “Cuando los adolescentes traspasan ese límite lo que están buscando es relacionarse de otra forma con los demás y con la sociedad pero separándose de los papás”.
El profesor De Foy es egresado de la Universidad Católica de Lovaina (UCL), donde realizó sus estudios de Psicología y se formó como psicoanalista. De visita por tercera vez en República Dominicana, imparte aquí un curso de la maestría en Psicología Clínica Infantil y Adolescente que ofrece la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM) en cooperación con la UCL.
Para el también secretario general de la Red Belgo-Latinoamericana de Salud Mental (REBLASAM),  a veces lo que se considera adicción no pasa de ser más que una dependencia transitoria a algún producto, sustancia o instrumento (drogas, alcohol, medios electrónicos, sexo).
Y esto ocurre, sostiene, porque llega un momento en que el adolescente no sabe muy bien de qué o de quién va a depender.
“Ya no quiere depender de los papás, pero todavía no sabe a quién dirigirse para depender de otra cosa. Por eso los adolescentes van en grupo, a hacer cosas en grupo y, por tanto, a ponerse en dependencia del grupo”.
Adicciones peligrosas
Todas lo son. Pero en su trabajo en América Latina, De Foy ha notado que una de las adicciones más frecuente y peligrosa en adolescentes es la dependencia a las drogas y derivados de la coca, sobre todo porque la base de estas sustancias provoca un efecto a muy corto tiempo.
“Y cuando alguien entra en una relación con un producto que rápidamente tiene un efecto, este efecto rápidamente se va y así también rápidamente el chico necesita buscar otras cosas”.
Se estima que en Europa, un 70% de los jóvenes ha tocado la mariguana, comenta De Foy. “Pero la han tocado sin volverse dependientes o adictos”.
Entre estos dos vocablos, para referirse al problema De Foy prefiere la palabra adicto porque dice que, como seres humanos, todos nacemos dependientes.
“Desde el nacimiento somos dependientes de nuestro entorno, de nuestros papás, de quienes nos educan”.
Otra adicción que toma auge es la dependencia a los medios electrónicos y a la tecnología en general. Esta adicción posiblemente no afecte la salud física del adolescente, pero sí la emocional y la mental.
De Foy apunta que esta se da casi siempre en chicos que no quieren depender de sus papás pero tampoco de sus amigos, y se encierran en sus habitaciones con los juegos electrónicos y otros aparatos tecnológicos como único contacto.
Salir les produce un temor terrible, una angustia muy fuerte que hace que dependa únicamente de estos medios, expresa De Foy.
¿El peligro? “Este comportamiento los coloca en una situación muy frágil, casi patológica. El trabajo que tenemos que hacer con este chico es volver a darle confianza, enseñarle nuevamente a relacionarse con los demás”.
¿Cuándo llegan las alertas de que una simple dependencia terminará en adicción?
Señales a tomar en cuenta  
Como para De Foy el producto en sí no es el problema, afirma que hay tres índices o señales que indican a los padres que su hijo podría convertirse en adicto.
Primero, el chico no puede parar de hacer algo.  Repite y repite todo el tiempo la misma operación.  No puede parar de consumir una droga, no puede parar de usar la computadora o no puede dejar un juego. La segunda alerta tiene que ver con el interés desmesurado que le pone a un solo producto.
“Su número de intereses se va disminuyendo para hacer una sola cosa y a esa cosa le da una importancia muy fuerte. Es eso lo que prueba una posible adicción: al estar muy apegado a esa cosa, la suele repetir. Aquí comienza a verse afectada su identidad. Comienza a sentirse mal, pierde la confianza en sí mismo y eso hace que esa dependencia se vuelva la única cosa que siente que puede hacer bien”, explica De Foy.
En esta etapa, señala, el adolescente está muy interesado y siente que tiene que hacer eso cuando guste y todo el tiempo. Si no lo hace, tiende a alejarse o a inquietarse y esto podría provocar una crisis muy fuerte.
El tercer punto de alerta es que el chico niega totalmente que esta dependencia lo esté afectando. No admite la vulnerabilidad, se siente incomprendido y pasa a la crisis.
“En ese momento ya hemos llegado a un punto bastante grave, porque hay que coger al chico antes de que estalle la crisis y ayudarle”.
¿Y cómo ayudarlo?
Hay que motivarlo a variar la actividad. Algunas acciones sencillas pueden funcionar, como incentivarle a que practique actividades deportivas o conocer personas nuevas.
“Hay que dejarle hacer cosas, pero también hay que interesarse mucho en él.  De pronto papá trabaja mucho y mamá está ocupada en muchas cosas y el chico, todavía frágil en su etapa adolescente, nota que la atención que tanto se le daba está disminuyendo”, dice De Foy.
Lo que nunca deben hacer los padres es desatender al adolescente, pensar que ya tiene idea del bien o del mal.  
Según De Foy, la adolescencia de los hijos brinda a los padres una oportunidad preciosa para volver sobre sus propias experiencias adolescentes y compartirlas con ellos.
“Decirles que a su edad ellos también experimentaban cosas y tal vez se portaban un poco loco. Eso ayuda al adolescente a encontrar referencias para lo que está viviendo. No recuerdo quién lo sugería, pero eso de compartir un cuarto de hora o 20 minutos al día con el hijo adolescente es una buena manera de mantener el contacto”.
No importa el tema, la situación o el motivo, expresa De Foy. Lo importante es estar con ellos, dedicarles esos minutos únicamente a ellos para intercambiar experiencias.
El especialista en trabajo en grupo también sugiere a los padres tratar de buscar una solución en casa o con un profesional en lugar de ingresarlos en un centro de rehabilitación.
“Y claro, cuando decidan buscar ayuda profesional, participar en ella. Es una bonita experiencia cuando van a consultas y el adolescente ve que sus padres están hablando de lo que pasa, que están compartiendo frente a él sus inquietudes. Ya eso cambia un montón de cosas. El solo hecho de ponerse un poco más atento y acompañarlos cambia muchas cosas”.
Para que las exploraciones se mantengan como una experiencia adolescente, es igualmente importante que las aprobaciones estén limitadas. Si el chico queda con sus amigos debe saber cuáles son los límites. Los papás deben dejar claro cuáles comportamientos están prohibidos, porque eso le dará una referencia al joven de cómo debe comportarse fuera.
“El  adolescente dirá: Yo sé que mis padres no autorizan eso en la casa, o sea, yo sé que estoy haciendo una transgresión, pero yo puedo asumirla como transgresión y cuidarme a mí mismo porque sé que mis padres no me van a apoyar”.
Esa experiencia, cuando los adolescentes saben muy bien por qué los padres les advierten de los riesgos a los que se exponen, es interesante, dice De Foy.
 “A veces los papás dicen exigen que sus reglas sean cumplidas y respetadas y si no, se vuelven locos. Lo ideal es hacerles saber a los adolescentes dónde está el límite, pero también dejarles hacer a partir de eso”.
ADICCIONES TEMPRANAS. Dado que los niños tienen acceso a la tecnología cada vez a más temprana edad, las adicciones, especialmente las relacionadas a los medios electrónicos, pueden también adelantarse.
En Bélgica, comparte De Foy, desde hace unos dos años se promueve una campaña para que los padres eviten que los niños tengan contacto con las nuevas tecnologías antes de los tres años.
“Consiste en no ponerlos delante de una pantalla, porque lo que necesitan es estar en contacto con alguien vivo. Se dice que los circuitos neurológicos se están constituyendo a esa edad, a los tres años, y que estos se pueden desarrollar mejor si el niño mantiene una interacción humana que vaya a su ritmo. Frente a una pantalla del televisor o una ‘tablet’, el chico está viendo un aparato que no le está brindando ninguna atención. Eso no permite que las conexiones neurológicas se den de forma correcta”.
MÁS SOBRE DE FOY.  Creó en 2010 el sitio web “Espacios y recorridos para adolescentes” (Passado), un espacio virtual “que permite la expresión, el intercambio de experiencias y la ayuda mutua entre jóvenes, dentro del encuadre proporcionado por profesionales de la salud mental”. 

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