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Feliz Día del Padre


“Les bajaría hasta una estrella si ellas me lo piden”

Hace 9 años que Martín García es transportista, oficio que inició como ayudante de un amigo. Su labor inicia cada día a las 5:00 de la mañana y antes de salir de casa se asegura de ver a sus hijas, asegurarse de que amanecieron bien y despedirse de ellas con un beso.
Invita a los padres a ser responsables con sus hijos y a pasar más tiempo con ellos.
Le pregunto: ¿se considera un papá cariñoso? Martín es un hombre de 43 años, de aspecto calmado y sonreído. Habla en voz baja y ante mi pregunta responde que con un “sí” bajito, mientras lanza una mirada de complicidad hacia Celine, de 15 años, y Selenny, de 12.
Su faena termina entre 7 y 8 de la noche y cuando llega a su casa si no las encuentra, lo primero que hace es preguntar dónde están y qué están haciendo. Para él es importante que los padres estén pendientes de sus hijos y que sepan qué hacen en todo momento, así lo educaron a él y es el modelo que implementa con sus pequeñas, que no paran de mirarlo y reirse mientras lo ven hablarme.
Ser un papá. En nuestra sociedad las niñas son más vulnerables y me pregunto si para Martín es un dolor de cabeza tener a dos hijas, que ahora se encuentra en plena adolescencia. Calmado, como desde el principio de nuestro encuentro, me asegura que todavía no puede decir que ha sido difícil para él ser padre, los peligros y amenazas que pudieran enfrentar sus pequeñas los considera lejanos porque confía en la educación que les ha dado. “Esas cosas suceden cuando se les cría fuera de las manos. Cuando uno les habla, les aconseja y les advierte de las cosas que les pueden perjudicar entonces disminuye cualquier temor”.
Otra de las constancias en casa de los García es el tema de los estudios. Siempre les dice que estudien y hasta les ha dado la libertad para escoger la carrera, pues no quiere que solo para complacerlo estén en la profesión equivocada.
Hasta el momento Celine y Selenny han sido obedientes y esa es una de las cualidades que su padre resalta como buena en ellas.
Para Martín, los padres deben ser responsables con sus hijos, pasar más tiempo con ellos y darles toda la confianza necesaria, él cree que así se evita que los jóvenes se vuelvan rebeldes.



“Lo único que sé es trabajar, y eso fue lo que les enseñé”

SECUNDINO SANTANA (LABOR)

Santo Domingo. “Mis hijos no pudieron estudiar. Eso es lo que más me atormenta”, confesó con amargura Secundino Santana, otrora albañil, hoy lo que aparezca. “Me hubiera gustado darle más cosas materiales, pero no pude. Lo único que sé es trabajar, y eso fue lo que les enseñé. Les decía que aprendan para que no tengan que hacer nada malo”.
En ese momento alza la vista. Su nieto lo llamaba. “Mis hijos nacieron en Barahona”, continúa, luego hablar unos segundos con el niño.
“Tengo ocho por todos, y el más pequeño tiene 22. En aquel tiempo, cuando nacieron, trabajaba en el ingenio Barahona. A los diez años de estar juntos, la mamá de cuatro de ellos vino para la capital, y me los dejó. Cuando eso, el más chiquito tenía siete meses. Me quedé solo atendiéndolos. Del trabajo pedía permiso para ver cómo estaban, les cocinaba y regresaba. La gente me decía que le buscara una mamá, porque la mai ni se acuerda de sus hijos, pero yo les decía que no, que como quiera es su mai, y que algún día aparece. No busqué mujer hasta que estuvieron grandes, no quería que nadie me los maltrate. Recuerdo que tenía que echar un día para llevarles comida, pero prefería todo eso antes que abandonarlos”, dice convencido.
Una suave brisa refrescaba la tarde mientras las yolas iban y venían, dejando a las personas de un lado y del otro del río. Es un transporte económico y limpio. Por quince pesos evitas el tránsito desesperante del puente Duarte.
“Un par de años después la mamá apareció”, continuó Secundino, “ellos querían verla, y yo les dije que sí. Nunca les hablé mal de ella... Decidieron venir a la capital, y yo vine para no dejarlos solos. No quería que les pasara nada. Ellos siempre han sido obedientes, hasta de chiquito. Recuerdo que les decía que no vayan por ahí, y no iban. Por eso se criaron así, nunca han hecho nada malo”.
En su voz, un asomo de orgullo. El primero desde que inició. “Hizo lo mejor que pudo con lo que tenía”, le dijo quién escribe. “El haberse quedado junto a sus hijos, echarlos pa’ lante y que hoy sean hombres y mujeres de bien, es más importante que cualquier cosa que crea que les haya faltado”.
Pensativo observa a su nieto jugar con el Ozama como telón de fondo. “Yo no siento nada de ellos, no; siento yo. Ellos me quieren y yo los quiero, pero lo único que sé es trabajar honradamente y fue todo lo que les enseñé. Ahora hacen trabajos sencillos, porque no los puse estudiar, y eso es lo que más me atormenta”.



Un piloto profesional que sirve de ejemplo para su hija


P. ¿Cuánto tiempo tiene y qué lo motivó a iniciarse como piloto de carros de carrera?
R. Comencé a correr en el 1991, tengo 24 años en el oficio. Desde muy niño veía los carros de carreras muy excitantes e interesantes. Gracias a Dios tuve la oportunidad de comenzar a correr, y me siento orgulloso de que Ileana en un momento dado me dijo que quería seguir mis pasos, algo que me sorprendió muchísimo, tuve que preguntarle que si de verdad estaba segura. De ahí comenzó a ser mi compañera de equipo, y nunca me pasó por la mente que eso podría pasar.
P. ¿Y su instinto de padre protector no le hizo tener miedo?
R. Entiendo que ella tiene las mismas capacidades que yo. Yo lo vi más en el sentido de que tenía la oportunidad de entrenarla, un proceso que todavía continuamos, y ella ha aprendido mucho. Sabemos que corremos un riesgo, pero nosotros confiamos en Dios y, además, tomamos todas las medidas de seguridad pertinentes que se usan a nivel mundial.
P. Ileana, ¿tú a qué edad empezaste a correr?
R. A los 18 años. Al igual que me padre, siempre me llamó la atención correr, y lo escuchaba comentar la adrenalina y la emoción que se sentía estar adentro del carro, ya sea con el banderazo verde, al hacer un rebase, cuando el carro se barría un poco...el escuchar todo eso por tantos años me incentivó.
P. ¿Qué tan frecuente participan en las carreras?
R. Ileana: Son diez carreras al año, distribuidas en cinco fechas. Corremos conjuntamente como parte de un equipo. Es una experiencia increíble; tanto correr autos como compartirlo con mi padre y tenerlo como cómplice y como manager.
P. John, ¿qué siente estar al volante?
R. Para mí es de total satisfacción. Mi esposa dice que nunca ha logrado ver en mí una sonrisa igual a la que tengo cuando estoy con los carros. Realmente me siento muy diferente.
P. ¿Y tú, Ileana?
R. Son muchas emociones mixtas, que incluyen adrenalina, mucho furor, las cosas pasan muy rápido. Todo lo que se hace es básicamente un instinto, una reacción hasta cierto punto sin pensarla, por eso se trata de estar preparado mentalmente y de practicar mucho, para que a la hora de una carrera lo que te salga en el momento cero sea lo ideal.



“Cuando uno tiene hijos se levanta a luchar por algo más en la vida” 


Santo Dominicana. Durante diez años, Lallonel Medina fue encargado del área de calzado de una reconocida tienda del país. Sin embargo, la vida lo ubicó en la segunda puerta de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), justo al lado de la parada Amín Abel Hasbún del Metro de Santo Domingo.
Allí, al joven que estudia la Licenciatura de Imagenología en el centro de estudios superiores del Estado, se le puede encontrar en su propio negocio: un triciclo en el que vende empanadas, quipes y bollitos.
“Al principio me sentía con vergüenza, pero después me di cuenta de que es un trabajo honrado, gracias a Dios”, dice quien suele comenzar su día a las 5:00 de la mañana (o un poco antes) para abastecerse en el mercado, luego se estaciona en la UASD a las 7:00 a.m. y concluye su jornada a las 9:00 de la noche, todos los días.
En sus palabras es una vida difícil, pues hay días en los que se arman movilizaciones en el recinto universitario: “A veces hasta nos viran el triciclo y ahí perdemos la mercancía”.
Sin embargo, esto no lo desanima, pues hace tres años nació Clio Danae, una niña a la que describe como alegre y muy inteligente.
“Ser papá es una maravilla, porque Dios me dio la oportunidad de tener una vida más: la mía y la de mi hija. Después que logré tener hijos me di cuenta de cuál es la realidad de la vida y es que uno se levanta de sol a sol a luchar por algo más en la vida. Cuando uno no tiene hijos uno se levanta porque tiene que levantarse y seguir caminando, pero cuando uno tiene uno, dos o tres hijos ... lo hace con un propósito y una meta”, dice Lallonel al tiempo de contar que su hija reside con su madre en Puerto Rico, por lo que en este 2015 será la primera vez que no pasará el Día de los Padres junto a ella.
“Cuando estoy al lado de mi hija le doy todo el cariño que se merece y un poco más, porque como no la tengo el año entero, trato de darle todo. Ella no entiende la razón porque está muy pequeña”, explica un poco emocionado.
El buhonero de la zona universitaria espera que su hija tenga un futuro lindo, pero en el que esté con ella para poder criarla: “A veces cuando se crían con otra familia se pierde la magia de ser padre porque ya tienen otro amor, por eso dice un dicho que padre no es el que pinta, sino el que cría, pero yo no quiero eso para mi vida. Yo quiero pintar y quiero criar”.



“Papá y artista alternativo son ahora mis dos títulos”

 

JOSÉ ENRIQUE VILLAR MANCEBO
Santo Domingo. A 6 pies y 7 pulgadas del suelo, su brillante atuendo blanquinegro, la peluca multicolor que porta con desenfado y un maquillaje al mejor estilo clown (combinación de arte, humor y teatro), hacen que el carisma del Calvo (su apodo por excelencia) ondee zigzagueante sobre uno de sus medios de sustento económico: su monociclo.
Egresado en Teatro y Dirección Artística de las Escuelas de Bellas Artes, este acróbata oriundo de Villa Juana no solo es capaz de ejercer su profesión al pedalear y actuar sobre una rueda, sino al desplazarse sobre unos zancos, al expulsar fuego por la boca, al saltar sobre un par de botas de rebote, al realizar coreografías suspendido en una tela aérea y al dar vueltas por los aires a través de un trapecio, entre otras actividades deportivas que José Enrique sabe conjugar a la perfección con las artes escénicas.
El Calvo comenzó a coquetear con el arte alternativo desde los 16 años, y ahora, que tiene 30, ya es propietario de Crew Up Chowseros, Obreros, Indiscretos, S.R.L., empresa dedicada a amenizar cualquier tipo de evento, donde él funge como director artístico, junto a su esposa Katherine Tavares, quien a su vez es directora administradora, y realiza interpretaciones de teatro y comedia.
Con una década al frente de su compañía -el primer colectivo de teatro comercial del país-, la singular pareja, cuyos inicios se remontan a un grupo que se ganaba la vida a través de demostraciones artísticas callejeras, ya cuenta con tres locales y 25 colaboradores; residencia y vehículos propios; y un bebé de casi dos meses, llamado Carlos José.
Para este padre primerizo tener un hijo: “Es algo que te cambia la vida totalmente”. Por eso, este creativo que encabeza semanalmente hasta 10 funciones de hora loca y algunas que otras actividades corporativas, sin contar los cumpleaños ni las fiestas especiales, se encarga de su retoño en las noches, ya que su trabajo le devuelve a casa de madrugada, mientras Katherine lo hace en las mañanas y en las tandas vespertinas.
José Enrique recuerda que cuando se inclinó por el teatro, sus padres lo apoyaron al cien por ciento, aunque reconoce que en secreto preferían para él Medicina o Derecho. Sin embargo, hoy día confiesa que anhela cualquier cosa menos el arte para Carlos José, ya que lo considera “un medio muy permisivo”.
A pesar de estas ponderaciones y de poder darse el lujo de delegar todas las acrobacias en su equipo de trabajo, el Calvo agradece a Dios lo próspero que ha sido y lo tiene más que claro: seguirá manteniendo a su hijo, y al que planea traer al mundo en 2016, con su monociclo, así tenga que inventarse un truco para subirse en esta sola rueda... ¡a los 90 años!
 DIARIO LIBRE

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