

Prendas que utilizan solo en el suburbano para evitar episodios de acoso, como comentarios sexistas, miradas inapropiadas o incluso agresiones físicas.
La llegada de los meses más cálidos del año ha hecho que esta tendencia se haya hecho viral en las redes sociales. Varias mujeres comparten sus consejos para evitar encuentros indeseados. El procedimiento es sencillo.
Llevan prendas holgadas que solo las utilizan durante el trayecto y cuando llegan a su destino dejan de utilizarlas. Un ejemplo de lo desprotegidas que se sienten en este tipo de escenarios. Y es que se ven obligadas a cambiar su forma de vestir.
La mayoría de ellas ha vivido algún episodio desagradable en el pasado que hace que ahora intenten no llamar la atención. "Hay tantos conjuntos que nunca me he puesto, simplemente porque sabía que la gente me haría sentir incómoda", confesaba recientemente la influencer Sophie Milner.
Desgraciadamente, no son situaciones aisladas. Las mujeres las viven con tanta frecuencia que incluso se ha normalizado el hecho de tener que modificar una vestimenta para viajar. Elegir pantalones en lugar de faldas o hacer uso de bufandas o jerséis para disimular el escote son automatismos incorporados en el día a día para evitar tener que enfrentarse a momentos inapropiados.
Un estudio de 2016 de la Federación Nacional de Asociaciones de Usuarios del Transporte de Francia señalaba que el 48% de las mujeres encuestadas admitía adaptar su vestimenta para viajar. Siete años después esto sigue ocurriendo y además es extensible a numerosos lugares del mundo.
¿Una buena solución?
La realidad, tal y como coinciden los expertos, es que una prenda no protege contra los ataques. La ropa nunca está en el origen de una agresión ni es la responsable de un ataque. La responsabilidad exclusiva es del agresor. Es entendible que muchas mujeres opten por estas camisas del metro como una forma de sentirse más seguras, pero la realidad es que este hecho muestra el fracaso de nuestras sociedades.
Y es que cualquier persona debería sentirse segura en nuestros medios de transporte, independientemente de la manera en la que vista. Y si eso no es así, el problema no se encuentra en lo que lleva puesto, sino en cómo la sociedad ha normalizado comportamientos inadmisibles.
Cabe recordar que los últimos años han estado protagonizados por movimientos como el Me Too, en el que las mujeres denunciaron masivamente casos de agresión y acoso sexual. Unos avances sociales que no se han traducido en una mayor seguridad para ellas en el espacio público.
Parece claro, por tanto, que quedan muchas cosas que hacer. Y una de las principales sería la prevención y la respuesta penal a la violencia machista y sexual. No hay tiempo que perder.
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