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Primera dama y obispo, tienen razón, el aborto a referéndum

Santo Domingo, RD

En un Estado so­cial y democrático de derecho nadie puede secuestrar el monopolio de los temas susceptible de gene­rar ruptura, ni la iglesia - pues a pesar de nuestra matriz cris­tiana, somos un Estado laico -, ni los liberales extremos, al­gunos de los cuales rayan en la anarquía y, actualmente, tam­poco el Congreso Nacional, puesto que para temas como este se creó el referendo.

Las causales para el abor­to como mecanismo de excep­ción han dividido a la sociedad dominicana; el aborto como tal, es un crimen contra la vi­da igual que lo es su prohibi­ción absoluta; no es una cues­tión religiosa, es una cuestión legal que debe reglamentar una situación de la sociedad y, por ello, esta debe ser oída, empero ya no desde los medios de comunicación a través de los cuales cada grupo planteó su criterio, sino mediante una consulta.

Abrir las puertas al aborto sin controles sería un desatino, cristiano y legal, pero enterrar la cabeza y pensar que con ello la tormenta pasará, también: Ninguna ley va a eliminarlo, lo único que haría es aumentar el riesgo de las mujeres humildes porque las acomodadas se van a otro país en donde sea legal como durante años hicieron las españolas.

Es cierto que la mujer debe tener autoridad sobre su cuer­po, empero el feto es otro cuer­po y cabe a la ciencia estable­cer cuando es viable y cuando no, no a la religión: Tengo una amiga entrañable, casada con tres hijos, que por una placen­ta creta – no es condición pa­ra abortar – que pasó meses al borde de la muerte por una complicación de su condición porque su médico se negó a prac­ticarle un aborto en ocasión de su cuarta hija.

¿Cómo puede ser madre una niña pobre violada por algún pa­riente? ¿Qué Estado puede con­denarla al infierno que le sobre­viene, a ella y a la criatura, si no muere antes de nacer por falta de medicamentos, atenciones mé­dicas y comida? Es obvio que el Estado es incapaz y las iglesias, aunque quisieran, no pueden.

No obstante esos casos extre­mos no deben alejarnos de la mayoría, sólo justifican la ne­cesidad de una regla lógica que conjugue nuestro pensamiento cristiano de la vida con la nor­mativa que el país necesita, por­que igual ha sido un crimen no aprobar el Código Penal, por es­ta discusión eterna.

El Obispo Castro Marte de Hi­guey y la Primera Dama, Raquel Arbaje, tienen razón, en este te­ma conviene convocar a la socie­dad para que ella decida median­te un referéndum cuya ley, si bien no ha sido promulgada, la Ley de Convocatoria puede autorizar a la Junta Central Electoral a los fi­nes de que reglamente su ejerci­cio: Eso no es, ni muy rápido, ni tan lento, pues en 60 días puede convocarse.

Hizo bien el Presidente Abina­der negándose a intervenir, inde­pendientemente de la postura de su partido en ocasión la campaña electoral: En un tema que divide, es mejor preservar al árbitro.

De igual manera hace bien la iglesia cristiana – católica y pro­testante –, que alejándose de su papel tradicionalmente arbitral, defiende sus postulados doctri­nales contrarios al aborto, que no es lo mismo que su postura de control de la natalidad como pro­blema social y económico distin­to que, ocasionalmente para al­gunos puede lucir desfasado.

Igualmente ejercen un dere­cho constitucional las mujeres y grupos afines que, no defienden el aborto, puesto que no he leído de nadie que lo defienda como tal, sino ciertas causales que lo justifiquen y que deben ser taxa­tivas para que no se constituyan en ventanas al atentado en con­tra de la vida.

Quizás debemos leer a Aris­tóteles en Ética a Nicómaco, en donde establece el juicioso con­cepto del justo medio, conforme al cual, visto que la teología y la moral, no son ciencias exactas, la verdad no está en ninguno de los extremos, sino en el centro o cerca de él, pero en nuestro caso, no es el Congreso Nacional quien debe decidirlo, es mejor consul­tar al pueblo y, si no me equivoco, esa ha sido una salida sabia del Obispo, aunque es muy probable que las causales ganen.

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