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El impacto económico del cierre de la frontera entre Colombia y Venezuela





Los pueblos y ciudades de frontera están acostumbrados a vivir entre tonos de grises, son espacios, sociedades, que fluyen; sus habitantes cruzan de un lado a otro, trabajan, consumen, aprovechando los vaivenes económicos de los estados cuyos límites se funden donde ellos viven, generalmente desconociendo las normativas de uno u otro lado.
Así que cuando las autoridades de alguno de los países deciden implementar -de alguna forma- el blanco y negro, las consecuencias son de alto contraste.
Eso es lo que sucedió en la ciudad colombiana de Cúcuta, en la frontera con Venezuela, cuando hace ocho días el presidente Nicolás Maduro decidió cerrar el paso por el puente Simón Bolívar, que une a su país con Colombia, además de comenzar a deportar ciudadanos colombianos.
Colombianos en una gasolinera en Cúcuta
La evidencia del impacto de la medida comienza a verse en los alrededores del propio puente Simón Bolívar, que une aquí a ambas naciones, y se extiende hasta el centro de Cúcuta.

Mototaxis varados

Mototaxistas en Cúcuta
"Estamos sin trabajo", dice junto al puente José Joaquín Barrios, miembro de una cooperativa de 60 mototaxistas dedicada a llevar y traer gente a uno y a otro lado de la frontera.
Hay cinco cooperativas más, explica, por lo que en el rubro del mototaxi están sin trabajar unas 300 personas, sin contar a sus pares del otro lado de la frontera.




Image captionUno de los gremios afectados por el cierre de frontera fue el de los mototaxis que transportaban gente entre Colombia y Venezuela.

A pocos metros, también sin moverse, hay estacionados buses que se dedicaban al cruce del puente.
Sin el trabajo que le daba unos 50.000 a 60.000 pesos colombianos diarios (US$16), Barrios dice que está simplemente sobreviviendo, "esperando, esperando, con miedo".

Cambio, cambio

En la zona aledaña al puente, las marquesinas de las casas de cambio superan en número a las de cualquier otro negocio. Sólo desde una esquina, mirando alrededor, se ven unas diez. Dos estaban cerradas por falta de operaciones, explicaron en el lugar.
Si no se reactiva la frontera, "nos tocaría totalmente cerrar", se lamenta Daniel Armenta, empleado de una de las casas de cambio que sí está abierta.




Casa de cambios cerrada en Cúcuta
El ingreso de bolívares se redujo dramáticamente en la ciudad de Cúcuta.

Estos negocios son como lubricantes del motor del intercambio fronterizo y una medida precisa de cuánto se mueve el comercio entre uno y otro lado. ¿Cuánto cayó la compra-venta?, le pregunta BBC Mundo a Armenta. "Al 100 por ciento; o sea, no hay venta de efectivo, tampoco entrada de bolívares".
Teme que tengan que cerrar; si pasa eso,"a la calle, a buscar trabajo por otro lado", dice. De hecho, en una gran casa de cambio del centro de la ciudad hay tan poco trabajo que ya despidieron a una mujer y sus compañeros temen que sigan los recortes de personal.

"De Venezuela uno vive"

En la ciudad, dicen que el cierre de la frontera se nota simplemente mirando la soledad de las calles; hay gente que estaba aquí y que ya no se ve: los venezolanos que venían a comprar y a vender –muchos vendedores ambulantes– y los colombianos que no están saliendo del país vecino.
"De Venezuela uno vive, el cucuteño vive de Venezuela", asegura por su parte Hilda Torres, propietaria de una tienda de ropa. "Vendo más a los venezolanos que a los de acá".
"Ayer hicimos la primera venta a las 11 de la mañana", le dice a BBC Mundo María Fernanda Leguizamón, empleada de una tienda de ropa interior del centro, que abre sus puertas a las 8; y asegura que hay locales que no han vendido nada en casi una semana.
Gran parte de sus clientes son venezolanos que vienen a comprar a Cúcuta porque aunque en Venezuela "la devaluación es tremenda, igual encuentran aquí cosas que no hay allá", explica, y agrega: "Hay mucha gente que comercia ropa de aquí para venderla allá" (otra vez aparecen aquí los grises de la frontera).

Harina Pan o Arepa San

Si no pasa la gente, tampoco pasan los productos, ese contrabando que va en general en la dirección del lugar de menor costo al de mayor precio o moneda más fuerte. En el pasado iba de Colombia a Venezuela, hoy los productos venezolanos inundan –inundaban– el lado colombiano.
Productos en una tienda de Cúcuta



Image captionCúcuta es una ciudad en la que muchos venezolanos acostumbraban comprar productos.

Pero no más, con el cierre del paso el contrabando se redujo drásticamente y aunque todavía quedan acopios y pueden verse muchos productos venezolanos, se cortó el ingreso de nueva mercadería. El impacto lo sienten directamente quienes vivían de pasar alimentos, artículos del hogar, de tocador, de limpieza.
A los consumidores puede afectarles en precio, pero no en disponibilidad. La escasez es un problema venezolano, no colombiano.
Claudia Morente, quien atiende un local de venta de alimentos y productos de tocador en el centro, dice que una libra de arroz cuesta ahora unos 500 pesos colombianos más (US$0,16), porque ya no es venezolano.
Asegura que hay comerciantes que se aprovechan de esta coyuntura: "Hay personas que, como está cerrada la frontera, de una vez disparan los precios de los productos venezolanos; pero yo subo unos 500 o 1.000 pesos (US$0,16 o US$0,32), nomás".

Bolsas plásticas

El cierre del paso limítrofe no afecta sólo a pequeños y medianos comercios. Tomás (no quiso dar su nombre completo), propietario de una fábrica de bolsas plásticas, también sintió el impacto.
Él utiliza una parte de material recuperado (de reciclaje) y otra original (polietileno) para la producción de las bolsas plásticas. Hasta que se cerró la frontera compraba el material recuperado en Venezuela y el original en Colombia.
frontera cerrada por el lado colombiano
Como la calidad del recuperado venezolano es mejor que la del colombiano, podía utilizar un 60% del primero y 40% del segundo en la fabricación. Pero el recuperado colombiano no es tan bueno y ahora sólo consigue de ese, así que esa proporción se invirtió. Y al tener que comprar más material original, su costo se incrementó un 15%.
Pero su principal problema, dice, no es ese, sino que cuatro de sus trabajadores colombianos viven en Venezuela, en principio se habían quedado, pero regresaron.




Image captionEl cierre de la frontera también provocó la suspensión del movimiento de mercancías legales e ilegales entre Venezuela y Colombia.

"Ayer pasaron por el río y los tengo aquí pagándoles hotel y pagándoles comida, mientras se soluciona la situación".
Las consecuencias del cierre se sienten más allá de la industria local de Cúcuta.Según informó el gobierno nacional el lunes, estaban dejando de mover por día 6.000 toneladas de carbón colombiano hacia Venezuela, que es una de las vías de exportación de este mineral.
Las autoridades indicaron que el cierre impacta a unas 7.000 familias que viven de la producción de carbón y que si la situación se mantenía se podrían perder unos US$300.000 diarios en ese sector.
Parte de ese carbón era exportado por el departamento de Norte de Santander, del que Cúcuta es la capital.
Pero no es el único producto que salía hacia Venezuela. Norte de Santander también enviaba al vecino país cerámica y papel, por ejemplo. En total las exportaciones originadas en aquella región hacia Venezuela, ahora varadas, representaban US$3,6 millones mensuales, según indicó a BBC Mundo el presidente de la Cámara de Comercio de Cúcuta, José Miguel González.
"Esto va a traer menor liquidez y menor capacidad de consumo", pronosticó. Por ende, dijo, "la economía se va a restringir".

Entre la pimpina y la bomba

Del otro lado de la frontera quienes la acumulaban para vender en Colombia están botando la gasolina. Mientras tanto, de este lado, prácticamente desaparecieron de las calles los pimpineros, los vendedores de combustible venezolano, que lo ofrecen en pimpinas (bidones, tanques).
El combustible es el producto "rey" del contrabando en toda la frontera entre Colombia y Venezuela, por el bajísimo precio de la gasolina subsidiada por el gobierno venezolano.

En las calles de Cúcuta, antes del cierre de la frontera, había pimpineros por todos lados. Los bidones de 6 galones (algo más de 20 litros) los cobraban unos 16.000 pesos colombianos (US$5).
Ahora quedan pocos pimpineros, muy pocos, y venden caro: a entre 60 y 70.000 (US$19-22) la pimpina y es combustible colombiano, comprado en las estaciones de servicio y revendido. Los locales lo saben por el color: el combustible venezolano es más rojo, el local más amarillo.




Mototaxista cargando gasolina
Image captionLa gasolina venezolana tiene un tinte rojizo, mientras la colombiana es de color amarillo.

¿Pero por qué alguien compraría más caro el combustible colombiano que se consigue en las estaciones de servicio?
Por el tiempo. En Cúcuta hay menos de 28 gasolineras, o bombas –como les dicen aquí–, para una población de más de 600.000 habitantes (en torno a un millón, si se cuenta el área metropolitana de la ciudad). Como cuando hay contrabando sólo compran en ellas organismos oficiales, grandes empresas, fuerzas de seguridad, no hay capacidad instalada para satisfacer a toda la población.
Así que en vez de pagar en las estaciones de servicio los 5.600 pesos (US$1,8) que vale el galón (3,8 litros), muchos eligen pagarlo casi el doble, todo para evitarse colas que pueden llegar al kilómetro de largo y demorar horas.
Otro efecto de la desaparición de los pimpineros tiene que ver con la disponibilidad de combustible. Las estaciones de servicio venden gasolina subsidiada –es así en las zonas de frontera para desalentar, fallidamente, que se compre de contrabando– y tienen un cupo determinado por mes, las petroleras no pueden venderles más; pero el cupo no tiene contemplada la actual demanda.
Para evitar que haya escasez, entonces, el gobierno nacional decidió incrementar un 60% la cantidad que las petroleras pueden entregarle a las estaciones de servicio de Cúcuta.
Pero eso no servirá para reducir las filas en las gasolineras, porque la capacidad de despacho sigue siendo la misma y porque los pimpineros hacen las colas una y otra vez para cargar combustible que después revenden.









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