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A las mujeres ¿las preferimos conservadoras o sexys?

El que su pareja sea conservadora o sexy es una cuestión que delata el gataflorismo de los hombres.
El que su pareja sea conservadora o sexy es una cuestión que delata el gataflorismo de los hombres. / Foto: Thinkstock
 
GATAFLORISMO: Tendencia a la indecisión constante respecto de lo que desea.

Comúnmente se les llama “gatafloras” a las mujeres que no logran disimular la indecisión pero, como ya veremos, los varones no estamos exentos de las garras del gataflorismo.

Los hombres sabemos de la existencia de “esos días” en los que nuestra compañera de ruta se siente hinchada, con un dolor de cabeza que pareciera que se le parte en ocho pedazos. Se trata de los días femeninos en los que su carácter da un vuelco, se ponen sensibleras, combativas, depresivas e impetuosas… todo al mismo tiempo y con la intensidad de un tornado, producto del revoltijo de hormonas que durará el tiempo que deba durar. Ni un día más, por suerte, ni un día menos, lamentablemente.

Algunos dirán que en esa agotadora batalla las muchachas la libran a sangre y fuego, y que atravesar ese período mensualmente es la excusa científica perfecta para el recurrente gataflorismo que se les atribuye. Tal situación, por repetida, al parecer se nos ha pegado a los hombres.

Se comenta que es fruto de siglos de convivencia con el padecer que aflora mes a mes, pero también se adjudica a un efecto muy parecido al llamado Síndrome de Estocolmo, ese estado psicológico en el que la víctima de un secuestro desarrolla una relación de complicidad y participación afectiva con el captor.

Sea por empatía o por cohabitabilidad, la cuestión es que los masculinos adultos estaría copiando el mismo comportamiento del que se quejan, es decir, experimentan la ambigüedad y la indecisión sobre lo que ellos mismos desean.

El comportamiento titubeante masculino se manifiesta claramente cuando debe acordar con él mismo si quiere que su pareja asista a un determinado evento con vestimenta sexy o prefiere que se exhiba conservadora en público. El problema del “gataflorismo masculino” se dispara cuando tenemos que enfrentar la mirada ajena.

Nos encanta que nuestra novia o esposa use minifaldas —se ve súper sensual en ellas—, pero somos incapaces de soportar que los demás caballeros presentes desvíen los ojos hacia sus piernas. Entonces reaccionamos celosos y pasamos con la rapidez de un relámpago de una sensación de satisfacción a la de tensión y enfado. Nos gusta que nuestra compañera muestre sus “dotes”, pero a la vez nos incomoda que otros se le queden viendo por más de dos segundos.

La paradoja se repite con los escotes. Todos sabemos lo que es capaz de provocar la aparición de parte de los pechos femeninos por sobre el fragmento de lienzo que ha de cubrirlos. Por un momento hasta parecería que llevamos el torso casi tan hinchado como el de la dama que nos acompaña por el orgullo que nos produce escoltar tanta belleza. Al segundo se advertirá la molestia en el rostro del caballero. Dudaremos si ese escote no es demasiado profundo y en la cabeza surgirá la disyuntiva crucial: ¿Fue mala idea no impedir que se vista tan sexy? ¿Hubiera sido mejor que luciera un poco más conservadora? ¿O todo lo contrario?

Y si la historia fuera al revés y la mujer hubiera concurrido con atuendo conservador, ¿lamentaríamos que no fuera más “sugestivo”? Conservadoras o sexys, una cuestión que delata el gataflorismo de los hombres. Por suerte la excepción no hace la regla… ¿o es a la inversa?

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