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Video: A 10 años de la tragedia, hablan los sobrevivientes del tsunami

Dos argentinos, que vacacionaban en Tailandia, recuerdan cómo vivieron el tsunami más grande de la era moderna donde murieron 230 mil personas. 

El tsunami arrasó con las costas del sur asiático y dejó 230 mil pérdidas humanas.
El tsunami arrasó con las costas del sur asiático y dejó 230 mil pérdidas humanas. | Foto: Cedoc


“Me llamó la atención que el agua, que siempre es turquesa, de repente se puso amarronada”. Ese fue el primer indicio que el biólogo bonaerense Ezequiel Gaspes, que pasaba su luna de miel en Tailandia, detectó del tsunami asiático más catastrófico de la era moderna. Nunca se imaginó que lo siguiente eran escenas salidas de una película de terror.
A 10 años de la catastrofe natural que dejó a 230 mil muertos en todo el sur de Asia, incluyendo Indonesia, Malasia, Sri Lanka, India y Tailandia, los sobrevivinetes argentinos le narraron a la agencia estatal Télam cómo se vivió el horror en primera persona. “Durante el primer mes y medio mi esposa se despertaba todas las noches diciendo '¡viene el agua, viene el agua!'”. contó Gaspes.
Los especialistas sostienen que las víctimas fatales fueron tan numerosas fue porque nadie estaba preparado para reconocer las señales de un tsunami o reaccionar ante una alerta, dado que era la primera vez en 100 años que un maremoto originado por un sismo en el Índico iba a afectar las costas circundantes.
"Nadie nos había advertido nada sobre un riesgo de tsunami: de hecho, antes de ese momento no era muy común escuchar esa palabra. La noche anterior hubo un sismo pero a nadie le llamó la atención", explicó la médica Bárbara Villafañe, quien por entonces tenía 25 años y disfrutaba con su madre de unos días en la isla de Phi Phi, como regalo de graduación.

Gaspes reconoce que de haber estado en la playa y no en un segundo piso de hotel, no habría tenido tiempo a nada, porque acto seguido -a eso de las 10.30 de la mañana- vino la gran ola que se llevó todo a su paso y llegó a salpicar la ventana de la pareja, a unos 10 ó 12 metros de altura.

"Estábamos alojados frente al mar. Recuerdo que era un día bárbaro, desayunamos y nos fuimos a la playa, pero después subimos a la habitación para buscar una llave. Y a los 5 o 15 minutos de estar ahí, volvemos a mirar por la ventana y resulta que el agua había llegado al balcón y ya estaba medio metro abajo", contó.

Las chances de sobrevivir se habrían achicado considerablemente también para Bárbara Villafañe y su madre si no hubieran postergado la salida a la excursión que tenían planificado hacer ese día en otra de las islas, relató Télam.

"Estábamos en un complejo de cabañas a una cuadra de la playa, pero del lado opuesto de la isla, así que recibimos la ola de rebote y no de frente; incluso así el agua llegó hasta el piso pero no entró", contó.
Todo se originó a unos escasos 500 kilómetros de allí, en Sumatra (Indonesia), donde hubo un terremoto de 9,3 en la escala Richter de 10 minutos de duración que dio origen al tsunami. "No sabíamos de qué se trataba; veíamos mucha gente herida o perdida y no había teléfono, radio, luz ni agua. Nos indicaron subir a un morro porque decían que se venía una ola más grande, así que cargamos todos los alimentos del frigobar y abandonamos el hotel", contó Gaspes.

El movimiento de placas provocó réplicas. El maremoto posterior, que llegó en primer lugar a la ciudad indonesa de Banda Aceh -con olas de hasta 30 metros- afectó no sólo a los países asiáticos que bordean el Índico (Indonesia, Sri Lanka, Tailandia, India, Myanmar, Malasia, Bangladesh), sino a otros países de la región y africanos, como Somalia, Tanzania, Kenia, Madagascar y Sudáfrica.

El rescate. "Cuando volvimos ya eran las 8 de la noche y había dos helicópteros en la cancha de tenis para llevarse a los más lastimados. Perdimos todo: pasaporte, pasajes, tarjetas, plata. Recién a la medianoche pudimos tomarnos una lancha hasta Pukhet, y de allí un avión del ejército hasta Bangkok, donde nos estaban esperando del consulado argentino y a las 19 pudimos tomar un Hércules de regreso", agregó.

Villafañe vivió la catástrofe de una forma particular: recién recibida de médica, pese a que su hotel no se inundó ni faltaban provisiones, salió a asistir a los heridos. "El agua se retiraba más de lo normal, pero cuando salimos de la habitación, empezamos a ver las casas destruidas, gente lastimada, todo el mundo corriendo. Por eso nos juntamos con otros médicos, cada uno fue aportando lo que tenía en su botiquín e improvisamos una sala de primeros auxilios usando las colchonetas del spa", contó.

A 10 años del terror, tanto Villafañe como Gaspes sostienen que volverían a Tailandia. Más aún, aseguran que pasar por ese momento les dejó muchos aprendizajes. "Durante el primer mes y medio mi esposa se despertaba todas las noches diciendo '¡viene el agua, viene el agua!', pero nos recuperamos y no pasó a mayores. Lo tomamos como algo que nos mostró que siempre es importante ayudar", contó el biólogo.




"Mi emotivo reencuentro con una víctima del tsunami 10 años después"

Andrew Harding se reunió con Mawardah diez años después del tsunami.



A primera vista, es difícil reconocer a Lhoknga.
Los árboles han vuelto a crecer tan imponentemente que, desde la carretera, la pequeña aldea parece escondida detrás de una frondosa cortina verde.
Detenemos el auto en la periferia y nos encaminamos por un sendero aledaño hacia las empinadas montañas buscando toparnos con alguna cara conocida y preguntándonos cuánto habrá cambiado.
Hace diez años recuerdo una escena muy distinta.
En los días inmediatamente después del tsunami, cuando todo quedó arrasado, se podía ver kilómetros a la distancia en todas direcciones, directamente hasta el mar, tal vez dos kilómetros hacia el oeste y hacia la capital regional de Banda Aceh.
Por todos lados había lodo, escombros y miseria. Los trabajadores de rescate empezaban a recuperar a los muertos y había cientos de cadáveres colocados ordenadamente en hileras a lo largo de la carretera.

Emotiva reunión

Fue en un campamento improvisado para sobrevivientes, en los predios de una mezquita, que conocí por primera vez a Mawardah Priyanka. Tenía 11 años, estaba exhausta, enlodada y sola.
Sus padres perecieron cuando la ola, de unos 35 metros de altura, impactó la cercana aldea costera de Lampuuk y alcanzó su casa.


 
Mawardah quedó huérfana a los ocho años.
Pasaron días antes de que descubriera que su hermana mayor, Mutiyah, de 16 años, seguía con vida.
Mantuve contacto con las hermanas durante los siguientes meses, mientras eran trasladadas desde el caótico campamento a su propia carpa y, eventualmente, a una nueva casa de ladrillo y madera construida por la organización benéfica británica Oxfam.
Mawardah regresó a la escuela. Mutiya se casó poco después y abandonó el lugar. Otra hermana mucho mayor, Ita, llegó a compartir la casa en Lhoknga.
Y después, hace como ocho años, perdí contacto con ellas.


Me queda difícil orientarme a medida que atravieso lo que era un camino de tierra. Ahora es una carretera pavimentada con un puente nuevo que cruza un riachuelo.
A la derecha, puedo reconocer una aglomeración de construcciones, con bases de concreto, paredes sencillas de madera y techos de cinc.
Alguien grita que un forastero se acerca y, de repente, una alta y resplandeciente figura sale corriendo de la puerta.
Para los dos resulta ser una reunión emotiva, alegre, por momentos incómoda. Quedo impactado con lo poco que Mawardah parece haber cambiado, aparte de su altura, y cómo mi regreso evidentemente representa mucho para ella y su hermana, Mutiyah, que llegaría del campo dos días después.
Me siento culpable de no haber seguido en contacto, después de que muchas personas locales y extranjeras que actuaron como intermediarias abandonaran la provincia.


 
En 2004, el panorama en Banda Aceh era desolador.
"No hay quien se ocupe de mí, nadie me ama como mis padres", me dice una triste Mawarday, el día siguiente.
El tsunami no dejó restro alguno de sus padres, no quedó una sola foto de ellos. Ita, ahora preocupada por su propia familia, muchas veces deja a Mawardah sola con sus quehaceres, su escritorio de madera y un colchón sencillo sobre un piso de concreto.

Casas vacías

Pero pronto se evidencia que el desastre también moldeó la vida de Mawardah de otras maneras más positivas.
Ha ganado varias becas educacionales otorgadas por una fábrica de cemento local y está estudiando inglés en un colegio privado en Banda Aceh.


 
Lhoknga fue reconstruida con asistencia internacional que, a veces, no estuvo bien coordinada.
En los siguientes dos días, durante los cuales camino por su casa, visito su colegio y almuerzo con su círculo cerrado de amigas, aprendo más sobre los desafíos y complejidades de su vida y concluyo que las experiencias de Mawardah reflejan las circunstancias más amplias de Aceh en la década después del tsunami.
Primero, está la casa, una de 140.000 construidas con la increíble suma de US$7.000 millones en asistencia internacional donada a Aceh.
La de Mawardah se construyó de prisa y eso es evidente. El techo gotea, las paredes son endebles y recuerdo algunas desagradables disputas al comienzo en las que los parientes eventualmente serían los dueños.
Pero la construcción cumplió su propósito y la familia reconoce que es una casa mejor que la que tenían antes de 2004.


En otras partes, queda claro que un número importante de casas yacen abandonadas. Estas fueron construidas en un frenesí mal coordinado de agencias de ayuda que muchas veces competían entre ellas, llenas de dinero y más pendientes de gastarlo rápidamente que de abordar los intereses de las comunidades afectadas.
"Le doy al esfuerzo de asistencia una calificación de 65 (sobre 100)", expresa Muslahuddin Daud, un funcionario del Banco Mundial que casi muere ahogado en el tsunami.
"Hay muchas cosas que no son perfectas: con US$7.000 millones, pudimos hacer las cosas mejor. Muchas casas están vacías... sobran. Tuvimos más de 500 agencias de ayuda y... mucha repetición de esfuerzos".
Daud comentó que el exceso de dinero extranjero hizo a la gente pensar en que "tenían el derecho a recibir la ayuda" y volverse perezosos".
"Aceh se ha estancado en términos de crecimiento. No hay la habilidad de manejar los recursos", añadió.

"Mujer fuerte"

Por otra parte, hay paz.
Antes del tsunami, Aceh luchaba contra una violenta rebelión separatista. Aún cuando tenía 11 años, Mawardah recuerda el impacto que eso tuvo sobre la vida de todos. El miedo, los bloqueos de carreteras y los enfrentamientos en las montañas aledañas a la aldea.
Pero el desastre actuó como un catalizador para conversaciones de paz y hoy en día la provincia continúa gozando de un acuerdo de autonomía que acabó con el conflicto.
Desde entonces, el nuevo gobierno ha introducido elementos de la ley sharia que muchos aquí, incluyendo Mawardah, apoyan públicamente.
Pero los críticos dicen que los azotes públicos y otros castigos son un abuso de los derechos humanos y muchos inversionistas extranjeros se mantienen alejados de una provincia que está quedando rezagada del resto de Indonesia en términos de crecimiento económico y reducción de pobreza.


 
Mawardah toma clases de boxeo y dice querer ser periodista.
"Nos gusta la sharia y yo soy una buena musulmana", dice Mawardah, aunque cree que los funcionarios que imponen la nueva ley suelen ser unos "hipócritas".
Una tarde, visitamos el colegio de Mawardah en Banda Aceh donde toma una clase de boxeo tailandés con otro grupo de alumnos y alumnas.
"Es una buena estudiante. Trabaja duro, estudia duro. Es una niña con espíritu de niño. Es fuerte. No se da por vencida fácilmente", señala su maestro de inglés Maulizan Za.
Él se preocupa por la inflación pero, como casi todos los consultados, cree que la vida es significativamente mejor y más segura que lo que fue antes del tsunami.
"Mis amigos son mi familia ahora", dice Mawardah, al final de una clase de una hora de boxeo y se alista para que su hermana la regrese a casa en motoneta.
"Quiero ser una mujer fuerte. Después de graduarme quiero estudiar en Estados Unidos y conseguir un trabajo como de periodista. Creo que mi futuro será prometedor", concluye con una risa llena de confianza.

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