El carnaval estaba en pleno apogeo en la pequeña ciudad costera brasileña de Itacaré cuando una serpiente gigante de unos 6 metros de largo se deslizó por las calles. Los que celebraban salieron despavoridos a buscar refugio en los bares aledaños. La policía estaba cerca, armada con escopetas.
Los nombres de la lachesis muta
Serpiente cascabel muda
Serpiente casacabel muda
Bushmaster costera del Atlántico
Surucucu, en Brasil
Shushupe, en Perú
Mapepire zanana, Mapepire grande o Ma-pay, en Trinidad y Tobago
Verrugoso/a, en Colombia y Panamá
Cuaima, en Venezuela
Pucarara o Cascabel puga, en Bolivia
El doctor Rodrigo Souza llegó al estado nororiental de Bahía hace 12 años y quedó fascinado con la selva y su fauna. Ahora cada vez que una extraña criatura se aventura en una zona edificada, lo llaman.
Incluso se le pidió que rescatara a un grupo de pingüinos confundidos, que habían sido arrastrados por una poderosa corriente desde las Islas Falklands/Malvinas en el Atlántico Sur.
Souza identifica el incidente del carnaval como un punto de inflexión en su batalla para salvar especies en peligro de extinción en este parche menguante de selva atlántica en el que ha hecho su hogar.
Cuando llegó a Bahía era común ver gente vendiendo ilegalmente aves, serpientes y monos al lado de la carretera. Rara vez sucede ahora. Las autoridades tomaron medidas en contra de ese comercio y los locales tomaron conciencia de la importancia de cuidar su ecosistema único.
La principal pasión de Souza es una serpiente que en la región tiene muchos nombres (ver recuadro): la lachesis muta o surucucu, una de las más venenosas en el hemisferio occidental.
En su grueso cuerpo, estas majestuosas criaturas tienen marcas distintivas de color naranja y negro y sensores de calor debajo de los ojos que les permiten ubicar a los mamíferos de sangre caliente.
Un ser humano puede morir en cuestión de una hora si es mordido a menos que reciba el antídoto indicado.
Aterrador
Hay 35 surucucus en el santuario de serpientes privado de Souza y un letrero en el que se lee "Prohibida la entrada" con una calavera y huesos cruzados.La prensa brasileña lo ha comparado con el "Grizzly Man", el ecologista estadounidense que vivió entre los osos de Alaska hasta que uno de ellos lo mató. Pero Souza resiente las comparaciones: "Yo no tengo ilusiones respecto a las serpientes", dice. "Ellas no tienen ni idea de quién soy y sé que no dudarían en matarme".
Antes de manipularlas, Souza se pone un overol aislante que impide que salga mucho calor de su cuerpo. Entre tanto, yo me quedo a una distancia prudente, temblando del miedo, en pantalones cortos y camiseta.
En busca de calor
La surucucu tiene un estatus casi mitológico entre los indígenas de la selva."Después ibamos a bañarnos al río. Con las primeras estrellas, quienes vivían lejos partían con un farol y el oído atento por miedo al surucucu que apagaba el fuego"
"Cacao: Gabriela, clavo y canela" de Jorge Amado
Rodrigo Souza es la primera y probablemente la única persona que ha criado estas víboras en cautiverio. Extrae el veneno que luego utiliza para hacer un antídoto para las víctimas de mordedura.
El veneno de la surucucu contiene además propiedades médicas únicas de interés para los investigadores del cáncer.
Sin embargo, esta majestuosa serpiente está ahora en peligro de extinción a medida que su hábitat desaparece.
El hierro que mata
No estamos hablando de la magnífica Amazonía sino de la selva atlántica, que en el pasado cubría toda la región costera desde el noreste brasileño hasta la frontera con Argentina en el sur.
Pero ahora queda sólo el 6% de ella, unas diminutas islas de verde, la mayoría en el estado de Bahía, e incluso esos parches están en riesgo.
ERNC, una empresa minera británica-kazaja, tiene planes para construir un ferrocarril a través de una de las pocas áreas restantes de selva atlántica virgen.
La firma pretende transportar mineral de hierro de una mina en el interior al puerto de Iheus, a pesar de que la Unesco declaró a la región como prioritaria para la conservación.
Por supuesto que traería puestos de trabajo. Pero para Souza, quien ha estado luchando durante años para preservar este ecosistema único, es una bofetada en la cara. Para él, el ferrocarril representa un desastre ecológico para la selva y sus amadas sucururus.
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