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"Los humanos somos una plaga": hablamos con antinatalistas, los que creen que deberíamos dejar de procrear hasta extinguirnos

Reivindican la extinción pacífica y voluntaria de la raza humana. ¿Las razones? Somos una plaga para este planeta.

Este colectivo insiste en que deberíamos encargarnos de los niños que ya hay y no traer más hasta que desaparezcamos como especie. 
De hecho, sostienen que el mundo está tan lleno de sufrimiento, que no es justo traer niños a él.
Nuestra población mundial excesiva tiene consecuencias desastrosas para la humanidad actual y para todo el ecosistema general de la Tierra. Por tanto, los antinatalistas creen que como individuos pensantes deberíamos ser conscientes de la plaga que suponemos y retirarnos.
“¿Nunca te has preguntado si el planeta nos necesita? ¿O si alguna especie nos necesita? Lo cierto es que ni el planeta ni ninguna otra especie lo hace”, afirma para Gizmodo en Español Marianela Conde, creadora del Movimiento Ético Antinatalista. Mariela tiene 48 años y no tiene ni quiere hijos, según comenta, por el bien de su planeta: “La especie humana existe por el mismo motivo que existieron otras especies. Por el mismo motivo que existió el dinosaurio, por ejemplo. Si ellos se han extinguido, ¿por qué no nosotros? ¿Es que acaso somos tan especiales?”
Negar que tenemos ciertas diferencias con el dinosaurio, o con cualquier otra especie extinta, es cuanto menos curioso. En realidad las premisas del antinatalismo nos ponen al mismo nivel que cualquier otro habitante del globo. No seríamos diferentes de una mosca o una hormiga. No tendríamos más valor, habilidades o posibilidad de ser útiles. Como mínimo, esta es una visión muy negativa de nuestras habilidades: pretenden que sea más fácil convencernos de extinguirnos y de que todo lo que podemos hacer es malo, que convencernos de usar nuestros talentos para ayudar a sanar el mal que hacemos.

¿Venimos aquí a sufrir?

El antinatalismo ha sido propuesto en el pasado por figuras como Sófocles o Arthur Schopenhauer. En general, el argumento compartido por estos filósofos y más comprensible para el público es el citado anteriormente: somos demasiados, y demasiados es malo. En este punto, antinatalistas “poco severos” se contentarían con un control de natalidad que redujera a la población a los que el planeta pueda soportar, y la decisión de tener o no descendencia sería voluntaria. Se apoyan en el argumento de que, en realidad, un amplio porcentaje de los embarazos mundiales son supuestamente no deseados y que sobran niños para ser adoptados.







Pero uno de los precursores del movimiento antinatalista más conocido en la actualidad, David Benatar, tiene una filosofía que va más allá. Este profesor, que trabaja para el departamento de Filosofía de la Universidad Cape Town, Sudáfrica, escribió un libro titulado Better Never to Have Been: The Harm of Coming into Existence, donde defiende que no se deben traer más personas al mundo debido no solo a todo lo anterior, sino también por el sufrimiento que esos individuos experimentarán.
Este es uno de los espectros más complicados del movimiento antinatalista: no es un llamado al suicidio colectivo, creen que una vez que estás vivo tienes intereses en seguir vivo, grosso modo. Por tanto, lo que queda es intentar ser lo más útiles posible ya que estamos aquí. Por ejemplo: proponen ser activista, vegano, reciclar y demás practicas que reduzcan al máximo el impacto que nuestra propia vida tiene en el medio y en otros seres vivos.Las críticas recuentes a estas posturas establecen que, al fin y al cabo, es total y absolutamente imposible tener impacto cero. ¿Se podría “compensar” nuestro paso usando nuestras habilidades para sanar, paliar, e incluso mejorar lo que dejamos? Aparentemente no lo suficiente. Creen que podemos reducir nuestro impacto pero, al mismo tiempo, evitar ser nocivos o incluso positivos alguna día es imposible. 
La única solución es desaparecer.
Hay que aclarar que tampoco pugnan exactamente por el exterminio; al fin y al cabo exterminio es matar y matar es provocar sufrimiento deliberadamente. Simplemente proponen informar de lo nocivos que somos y esperar que, con toda la información disponible, toda la gente decida voluntariamente no procrear y ahorrarle a todos los pequeños futuros tener que soportar la “dolorosa humanidad”.
Aquí, por supuesto, hay algunas lagunas cuestionables más: si no puede obligarse a la gente a no tener niños, solo funcionaría a pequeña escala. Y a pequeña escala no es extinguirse, técnicamente.
También hay un contrargumento en la típica afirmación: “El mundo también tiene cosas buenas que no les permitirás disfrutar”. Pero en cuanto a esto insisten en que al no nacer no sientes, por lo tanto no se te “quita” nada. ¿La oportunidad ya es algo? Bien, también hay respuesta para esto: afirman que, incluso aunque existiera un niño genuinamente feliz, solo lo sería a veces. Irremediablemente sufrirá enfermedades, dolor, llanto y, en última instancia, tendrá que soportar morir. Y traerlo para esto ya es cruel por nuestra parte. Nacer, por tanto, no es un regalo, es una imposición cruel y desconsiderada por parte de los padres.

La presión social

“Realmente no veo ningún motivo para tener hijos biológicos”, afirma Audrey Garcia, una joven de Barcelona comprometida con el movimiento. “Me esterilicé hace 4 años vía Essure, un dispositivo que crea una obstrucción de las trompas irreversible. Comparto la idea de que los humanos somos una plaga para este planeta y que es importante replantearnos nuestras acciones: tener hijos tiene un impacto”.
Audrey, además, señala la presión social a la que se ven sometidos aquellos que no quieren tener bebés. “Todavía parece anormal en la sociedad que no se quiera tener descendencia, existe una presión tremenda sobre las mujeres a partir de los 30 años. Incluso te dicen que es egoísta de tu parte (como si no fuese egoísta decidir de traer a este mundo alguien porque nos da la gana)”.
El antinatalismo cree que los que tienen descendencia son los egoístas. 
En esencia afirman que la gente tiene hijos por el mero placer de tenerlos, para continuar sus genes, para sentirse padres y madres o para que alguien los cuide de ancianos, cosas que consideran, literalmente, “puro egoísmo”. Como al niño no se le pregunta si quiere nacer, es injusto traerlo por la fuerza, recordemos, a sufrir con la situación actual del mundo.
“¿Por qué nuestra especie no debería de extinguirse? Dame una razón que no venga desde el ego” - Marianela Conde.
Aunque la elección de tener o no hijos ha sido siempre una cuestión de gustos, es cierto que se vuelve más y más complicada conforme nos hacemos demasiados para los recursos disponibles y hay más y más niños sin padres a los que podríamos acoger. Los antinatalistas han decidido tomar esta responsabilidad muy en serio y, tal vez, proponer soluciones demasiado radicales
Si bien optimizar, a falta de una palabra mejor, el volumen poblacional sería positivo a rasgos prácticos, negar la vida o no hacerlo será una cuestión éticamente controvertida para siempre. ¿Facilitar un poco más las adopciones para promocionarlas? Podría ser. ¿Dejar a los antinatalistas ser y morir al final de su vida sin descendencia? Ayudaría con las cifras y no se obliga a nadie a nada. ¿El mundo es un pozo de sufrimiento con unos pocos momentos alegres? Probablemente, depende de los ojos que lo miren. ¿Convencer a la población mundial de que deje de tener niños hasta extinguirse? Oh, bueno, buena suerte.

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