Un gol de Éder en la segunda parte de la prórroga decide la final. Una dura entrada de Payet dejó fuera del partido en la primera parte a la estrella lusa, que se retiró llorando y en camilla


Sin una gota de fútbol, bienvenida sea la épica de Portugal, protagonista de una gesta para honrar la leyenda de Cristiano Ronaldo, al que sus compañeros le llevaron al paraíso después de escribir una de esas hazañas de película. Marcó Éder en la prórroga, un espigado delantero sin excesivo pedigrí y que milita en el Lille, y todos se abrazaron en la banda alrededor de Cristiano, caído en combate en el primer tiempo y empañado en un mar de lágrimas porque se le derrumbó el sueño de su infancia. El final, esta vez, fue feliz para él y para su gente, por fin campeón de Europa en otro calamitoso encuentro de este torneo que deja a Francia con un palmo de narices. A la anfitriona le abandonó el hechizo de Saint-Denis y fue víctima de su escasa ambición, retratada en una derrota de las que dejan huella. Portugal, a trompicones durante este mes, inscribe su nombre, para orgullo de Ronaldo, en el historial de campeones.
En siete minutos, la cita dejó de ser la final de laEurocopa para ser la noche de Cristiano, tan relevante el suceso que se hablará toda la vida de ello. Payet, en un balón dividido, acudió al choque como un camión, pasado de revoluciones y sin controlar la frenada, impactando con violencia en la rodilla izquierda del portugués. Clattenburg, el árbitro de moda, estimó que no fue ni falta, pero no hubo espacio ni para las protestas, pálido el personal por la caída de la estrella. Desde el primer instante, se entendió que no había cuento ni exageración, desesperado el capitán, asumiendo que se terminaba el partido de su vida. Le dio para los himnos, la arenga, la foto de familia y ya, destrozado por un golpe que le hizo más daño si cabe en el alma. Al rato, se estiró en el césped, llorando como el crío de 2004, entonces desconsolado por una derrota del todo inesperada contra Grecia. En París, y pese al triunfo, también perdía, tan simbólica esa foto en el pasto con una plaga de polillas incordiando, incapaz de ponerse en pie mientras sus compañeros acudían sin suerte al consuelo.
Ellos igualmente estaban agitados y muertos de miedo porque les alteraba el plan por completo, cómo conquistar Europa sin el mejor soldado. Ronaldo se vendó en la banda con urgencia, volvió a intentarlo, y se frenó en seco a los 25 minutos, reclamando la camilla para poner fin a la pesadilla. La final de la Eurocopa, la tragedia de Cristiano.
Cuesta encontrar un argumento futbolístico para montar la historia de este partido, evidentemente alterado por ese lance decisivo y acorde a todo lo visto con anterioridad en la Eurocopa de los miedos. Antes del accidente, Francia volvió a salir a las bravas, repitiendo el esquema que aplicó contra Alemania, con Griezmann como centro de todo y cercando el gol con un cabezazo que exigió un vuelo magnífico de Rui Patricio. Sin referencia en el ataque, a Portugal le aguantó su portero, que durante el primer acto fue de lo mejor, seguro y contundente con los intentos de Sissoko y compañía. Fue suficiente para llegar al descanso con vida e imaginar otra gesta, ya de por sí complicada incluso con Cristiano en el campo.
Da la casualidad de que a Portugal, histérica en el despertar, con taquicardia en defensa y sin dar tres pases buenos, le serenó ese parón, recuperando algo del oxígeno que se esfumó entonando «As armas» a pleno pulmón. Con Quaresma en el campo, el dibujo recuperó a otro centrocampista y los foráneos cortaron el ritmo de los franceses, extrañados también por el escenario. Sin jugar, el fantasma de Cristiano seguía en Saint-Denis.
Otro partido sin gracia
El pulso no ofrecía nada bueno ni divertido, siendo Sissoko el más activo del tedio. Se remarca este detalle porque, al final, lo que vale en este fútbol, tan de respetos y de evitar el error, es el músculo y la potencia, sin un papel de relevancia para los solistas ni para el fútbol champán. El cómo cada vez está más sobrevalorado en este deporte y vale el ganar por ganar, lícito para alimentar el palmarés y el ego, tortuoso para el aficionado con semejantes espectáculos. Sin ocasiones, sin jugadas, sin regates, sin ideas y sin nada, así de insoportable fue la final de la Eurocopa, la final en la que cayó Cristiano.
La reanudación fue más de lo mismo, aunque con menos intensidad, que ya es decir. Actuaron los entrenadores y Francia se alegró una pizca con la entrada de Coman, que envió al banco a un Payet aplatanado por la lesión de Ronaldo. Portugal, para entonces, ya estaba encerrada en el área, satisfecho el conjunto de Fernando Santos con prolongar al máximo el cero.Griezmann, intermitente, tuvo la final en su cabeza, pero su remate se le fue por un palmo. Al rato, Giroud también tuvo la suya, pero Rui Patricio consumó su gran noche con una parada buenísima. Francia, agitada por su gente, por fin rompió desde que se presentó Coman, mientras que Fernando Santos destrozaba los esquemas introduciendo a un delantero por un centrocampista. Desde luego, la decisión más valiente de una velada angustiosa, a la postre decisiva esa maniobra.
La prórroga, una más para la colección, estaba cantada, aunque lo probó Sissoko desde lejos y Gignac, al poco de aparecer, lanzó al palo después de hacerle un siete a Pepe. Más minutos de castigo con dos equipos asfixiados y descompuestos, con un fogonazo de Portugal en un saque de esquina que desbarató Lloris. Las cámaras, como no había fútbol, buscaban a Cristiano, quien acudió en plan salvador a levantar la moral de las tropas. Pese a estar lesionado, lo vivió con pasión, puesto en pie con una falta de Guerreiro que se estrelló en el larguero y completamente desatado cuando Éder puso nombre al «Portugalazo». Desde fuera del área, probó lo improbable y enmudeció Saint-Denis, justicia divina para la osadía de Fernando Santos. Estalló Cristiano y estalló Portugal. Una epopeya para toda la vida que camufla el escaso nivel.

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