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¿Qué hacemos con la barba?



Se cree que la barba es percibida como señal de respeto e indicador de una saludable posición social. 
Se cree que la barba es percibida como señal de respeto e indicador de una saludable posición social. / Foto: Thinkstock
Nos tomó unos 38 mil años, desde el Pleistoceno Medio, abandonar la impronta del hombre de Neandertal e ir aproximándonos a la especie humana actual. El “ser” masculino evolucionado aprendió modales y una estética pulida. Desde el hombre rústico de antaño que difícilmente se bañaba ni cuidaba su salud dental avanzamos al varón decoroso —salvo vergonzosas excepciones— que le da efectiva importancia a su aspecto.

El hombre ha cambiado y la transformación gradual lo conduce hacia un estado más elevado. La hominización y el progreso cultural son metas inconscientes y que lo perfeccionan, una generación tras otra.

El refinamiento masculino tiene un componente interior y otro exterior. La voz interna ha sosegado a la bestia cavernícola que traíamos desde la prehistoria y, como consecuencia de ello, hoy es frecuente toparnos con un caballero perceptivo, capaz de contemplar la belleza de una flor en un parque cualquiera, uno que se conmueve con la sonrisa de un niño, que desea que lo quieran y se resuelve producir empatía en el otro.

Por supuesto que ha dejado atrás las pieles hediondas de búfalo y oso, se ha despojado de los taparrabos ordinarios para cubrir su superficie corporal con tejidos cada vez más suaves y sofisticados. En el “efecto homo” el troglodita anticuado comenzó a perder el pelo de su cuerpo y a erguirse adquiriendo bipedismo. Tuvo que idear algo para que no se enfriaran sus partes pudendas, ya que con sus testículos congelados le sería imposible reproducirse (por su puesto, nadie quiere que eso suceda), así que se tuvo que inventar la moda para evitar aquella horrible posibilidad.

Como se ha dicho, el hombre moderno cada vez necesita menos de su pelo, de su vello corporal, ya que no es fuente de abrigo ni protección eficaz contra las inclemencias climáticas. La búsqueda incesante del confort y las formas cómodas de subsistencia alejaron definitivamente aquellas toscas técnicas de supervivencia del hombre primitivo.

Supimos tomar de la mujer su sensibilidad, entender su complejidad —o intentamos hacerlo—, observamos con ojos curiosos su sentido profundo de procreación y el instinto que lleva bajo su piel. Ampliando el horizonte, incorporando mundos que nos eran ajenos por naturaleza los hombres decidimos optar por la evolución. Nos hemos estado perfeccionando, pero todo proceso implica contramarchas…

El espectador avezado y el observador agudo, logrará distinguir que, por momentos, a lo largo de los distintos ciclos los hombres hemos extraviado varias veces el camino virtuoso. En ocasiones, tentados por conocer lo desconocido o por saber cómo era aquello que el antiguo sentía, llevados por la excitación de vivir una experiencia arcaica.

Esporádicamente, arrastrados por la propia torpeza provocamos nosotros mismos el estancamiento del crecimiento del “modelo masculino”. La moda del “lumbersexualismo” es una de esas detenciones. El fenómeno urbano de la estética “hipster” dio un giro desacertado. La cultura del descuido acicalado, de la impostada dejadez ha dejado el espacio para la aparición de los señores de camisas de franela, aspecto rudo de macho alfa y, lo más importante, barba tupida, larga y desprolija.

Esto se llama involución. En vez de seguir avanzando hacia el futuro vamos hacia atrás, rumbo a las viejas creencias en las que la barba otorgaba secretos poderes.

 Se cree que la barba es percibida como señal de respeto e indicador de una saludable posición social. Esta noción se evidencia a partir de una investigación llevada adelante por dos psicólogos: Barnaby J. Dixson (University of New South Wales, Australia) y Paul L. Vasey (University of Lethbridge, Canadá), en la que se les proporcionó a 200 mujeres fotografías de hombres barbados y luego afeitados. Cuando les pidieron que sugirieran qué status social les otorgaban, los hombres con barba obtuvieron una calificación más alta que los rasurados.

Más allá de que para muchos los “nuevos” hombre de rostro peludo insinúen una involución de la especie masculina, un retorno a épocas de tosquedad y salvajismo, hay algo que no es menos cierto y que disfruta de consenso universal: “Lo que es moda, no incomoda”.

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