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“Cristo Rey” una película 100% RD



A pesar de la escasa profundización de la historia, de ese remedio barrial empobrecido del “Romeo y Julieta” de William Shakespeare, hay detalles que sacan el relato de lo convencional
Como por estos lados se ha convertido en una especie de deporte nacional hablar mal de cualquier película dominicana sin siquiera haberla visto, que es lo que nos disgusta o, por lo menos, buscarle las tres patas o cinco al gato, aclaramos: no estamos diciendo que “Cristo Rey” va a estar entre las mejores del año, la lista que sigue a este comentario, sino que es una película que está muy por encima del funesto promedio que llevamos desde “Pasaje de ida” hasta este diciembre.
Y sí, avanzamos de la mano de Leticia Tonos porque lo que ella vuelve a probar con este, su segundo largometraje, es que tiene buena mano para hacer cine.
Porque la historia, el guión que concibieron ella y Alejandro Andújar, puede ser calificado de algo simplista y, posiblemente, de tomar detalles prestados como la secuencia inicial con los chicos del barrio despertando el ambiente con su “concierto”, y la final, también llevada con los niños.
Sin embargo, a pesar de la escasa profundización de la historia, de ese remedio barrial empobrecido del “Romeo y Julieta” del inmortal bardo británico, razón por la cual la tachamos de simplista, hay detalles que sacan el relato de lo convencional  como es el hecho de que, apegándose más a nuestra realidad que a la tragedia original, los “buenos” del film no resultan ser los triunfadores, los traidores sonríen a sus anchas y los abusadores, los que roban, asesinan y extorsionan de antes, de ahora y de siempre, continúan apoltronados gozando la gran vida.

Y eso no es cosa de todos los días en nuestro cine y, por cierto, ni siquiera en nuestro “modelo para armar” norteamericano, es más parte de la temática del cine europeo y tal vez de manera esporádica en el cine latinoamericano y el oriental.
“Cristo Rey” cuenta con 96 minutos y podemos dar fe, aunque no sea la nuestra muy cristiana, de que no percibimos baches, o sea, momentos en los cuales se haga notoria la falta de movimiento (que no de acción, que es otra cosa). Usted puede, si así lo desea, objetar que la pasión que se desata entre Janvier y Jocelyn surge demasiado súbitamente, pero lo que no puede (ni debe) objetar es que, en momentos como el que ahora vivimos, este canto de amor entre un haitiano y una dominicana y, adviértase, no entre gente de postín, ni siquiera entre chicos sofisticados a la moda de la clase media, sino entre un muchacho y una muchacha de barrio, ella, Jocelyn, en posición más acomodada en razón del poder económico del padre, pero de todos modos confinada a los sucios y angostos vericuetos del barrio, y él, Janvier, haciendo maromas para ganarse la vida mientras la madre es enviada de cabeza a su nativo Haití.
En ese sentido, por poco que lo piensen, Leticia Tonos se decanta por la unión de dos pueblos, con lo cual es muy posible que le caigan encima los formidables “defensores de la Patria” y digan que también ella quiere que la isla sea “una e indivisible”.
No encontramos actuaciones a destacar (aunque lo de Salvador Pérez Martínez es un milagro de persistencia y capacidad), son, en conjunto, correctas, entretenidas, agradables y nada más.







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