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Le construyen y amueblan casa a una anciana de 111 años en RD

LA HISTORIA DE LA ANCIANA PAULA CARABALLO, PUBLICADA POR LISTINDIARIO.COM, CONMOVIÓ AL EMPRESARIO, QUIEN LE SUMINISTRÓ LA AYUDA PERO NO QUISO IDENTIFICARSE



  • Paula ahora duerme y descansa en cama nueva y hasta con abanicos de techo.

 
Hato Mayor
La vida de Paula Caraballo, la anciana de 111 años que pedía la reparación de su casa y una cama nueva para dormir antes de morir, cambió en 17 días, cuando movido por la historia publicada por LISTIN DIARIO, un empresario dominicano radicado en New York envió a un ingeniero para construirle una vivienda nueva y donarle una cama a la longeva mujer.
El empresario, que prefiere el anonimato, utilizó los servicios profesionales del ingeniero Luis Lisandy, radicado en Santo Domingo, quien en tan solo 17 días derribó la vieja casona de madera y construyó otra más modesta, a la cual aplicó pañete, piso, pintura, gabinete, abanico y construyó un nuevo baño.
También a la envejeciente le compraron sillas, porque no tenía ni en qué sentarse a comer y descansar.
“Aquí vino la gente del gobierno, Comunidad Digna y pusieron seis plancha de zinc al techo y varios plafones a las rendijas de la casa y se fueron, pero un buen samaritano que vive en el extranjero, a quien no conocemos, envió un ingeniero y utilizó la mano de obra de mis hijos y vecinos y en 17 días me mudó”, contó emocionada la mujer.
Y agregó: “Ahora sí puedo morir tranquila, porque Dios puso sensibilidad en ese empresario, que me gustaría conocer antes de morir, para abrazarlo y agradecer lo que ha hecho”.
Se recuerda que doña Paula Caraballo dormía en una destartalada cama, con cuatro blocks de soporte y la gotera cayéndole encima y sin baño, en la comunidad conocida como El 15, carretera Hato Mayor-Sabana de la Mar.
“Que venga la gente del gobierno o cualquier samaritano de noble corazón a cambiarme esta cama, que no tiene patas, solo cuatro blocks la soportan; estoy terminando de vivir mis años como una pordiosera, por no poder valerme, mis hijos lo han dado todo, pero son tan pobres como yo”, llegó a implorar en marzo pasado entre sollozos y lágrimas corriendo por su mejillas la atribulada mujer, que hoy se le ve reír a carcajada porque su vida ha cambiado radicalmente.
Antes de llegar el buen samaritano, en la casita de Paula no había sillas para sentarse, por lo que sus hijas tenían que esquinarse a los borde de la cama o sentarse en el suelo para ingerir los alimentos y descansar.
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