A simple vista, la idea de vivir sin sentir dolor parecería una panacea.
Sin embargo, lejos de garantizarnos una vida
libre de las penurias asociadas al malestar físico, la incapacidad de
experimentar dolor -que es una de las formas que tiene el cuerpo para
indicar que algo le está causando daño- nos coloca en una situación de
alto riesgo."Tenía unos cuatro o cinco meses cuando me diagnosticaron. Me habían empezado a salir los primeros dientes y ya me había comido casi un cuarto de la lengua"
"Tenía unos cuatro o cinco meses cuando me diagnosticaron", le dice Pete a BBC Mundo. "Me habían empezado a salir los primeros dientes y ya me había comido casi un cuarto de la lengua", recuerda.
"Me llevaron al pediatra. Él pasó un encendedor por la planta de mi pie y esperó hasta que me saliera una ampolla. Cuando vieron que ni me inmutaba, empezaron a pincharme la espalda. Yo seguía sin reaccionar. Al final llegaron a la conclusión de que tenía analgesia congénita".

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