En el Día del Padre el papá de nuestra hija estaba en la playa.
No era cualquier playa, sino Fire Island, la meca de Nueva York para
los hombres ricos, bronceados, fiesteros y homosexuales. Luna, nuestra
hija, estaba con sus dos madres decorando un plato de cerámica que le
regaló a sus padres varones con la inscripción: “Amo a Papá y a Papi”.
Papá y papi lo tuvieron fácil.
Rene y Dan estuvieron allí para escuchar sus primeras palabras y ver
sus primeros pasos. La acompañan a soplar sus velas de cumpleaños y a
posar para la cámara en días festivos. Se deleitan con el amor
incondicional entre padre e hijo. Pero su paternidad viene sin meses de
cambiar pañales, años de insomnio, de interrumpir la vida social y de
horas perdidas en berrinches. No ven los montones de cuentas por ropa,
niñeras y escuela.
Esta ganancia inesperada para los padres vino hace ocho años cuando
mi pareja, Maria, y yo decidimos buscar un amigo hombre para que fuera
posible para nuestra familia de dos mujeres tener un hijo.
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