Mientras empuja un carrito de comida en la habitación del hospital, una asistente de investigación reparte vasos altos de un líquido rojizo, junto con una gentil advertencia: “Recuerden, tienen que terminarse todo su Kool-Aid”.
Uno por uno, los jóvenes voluntarios toman sus bebidas, cada una cuidadosamente calibrada para contener una mezcla de agua, saborizante y una solución que contiene jarabe de maíz alto en fructosa: 55% fructosa, 45% glucosa.
Los participantes apoyan un estudio en desarrollo dirigido por Kimber Stanhobe, una nutrióloga en la Universidad de California, en Davis, Estados Unidos. Los voluntarios acuerdan pasar varias semanas como ratas de laboratorio: su comida es cuidadosamente medida, sus cuerpos son sometidos a una dosis constante de análisis y pruebas de sangre. Al principio, cada uno de ellos recibe comidas sin azúcares añadidos. Pero después, las bebidas azucaradas comienzan a aparecer.
Durante las últimas dos semanas del estudio, los voluntarios toman tres de los brebajes dulces diariamente; cada uno contiene aproximadamente 500 calorías de azúcar añadido, o 25% de todas las calorías recomendadas en la dieta de una mujer adulta. En sólo dos semanas, la química de su sangre estaba desregulada. En un sorprendente cambio, los voluntarios habían elevado sus niveles de colesterol LDL, un factor de riesgo para enfermedades del corazón.

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