Se espera que el nuevo gobierno diseñe un plan efectivo para ubicar a los infantes que piden en las esquinas
Uno de los problemas de más sensibilidad y de efectos sociales y
visuales en la zona urbana es la presencia de menores en las calles
vendiendo artículos o simplemente pidiendo limosnas.
Han pasado gobiernos de los principales partidos políticos y la situación no se corrige. La pregunta obligada es: ¿Danilo Medina marcará la excepción gubernamental respecto a lo que debe ser, por parte del Estado, una obligación, la de proteger a miles de niños harapientos, huérfanos, que deambulan por calles y avenidas del país, convirtiéndose en pedigüeños, alejados del más elemental sistema educativo nacional?
Esta es la realidad que se observa en el país, y aunque no tienen necesariamente que ser amparados por el Estado, por lo menos es a las autoridades que les corresponde buscar una solución.
Cada día se agudiza más ese gris panorama. Es un problema, según profesionales de la conducta y de la ciencia sociológica, “fácil” de buscarle una solución. Desde sus vehículos, los conductores palpan la desgracia que abate a los niños harapientos debajo de los semáfores y en las esquinas de avenidas.
Niños que por no tener el respaldo del Estado, mucho menos de sus padres -muchas veces irresponsables o que no existen-, son especies de “entes sin ningún futuro”. Y no tienen reales posibilidades de ser ciudadanos profesionales y ejemplares padres de familia.
En un parafraseo de la expresión “El coronel no tiene quien le escriba” -que sirve de título a la conocida novela del laureado escritor colombiano Gabriel García Márquez (Premio Nobel de Literatura 1982)-, se puede afirmar que “los niños indigentes y pedigüeños dominicanos no tienen quién los proteja”.
Han pasado gobiernos de los principales partidos políticos y la situación no se corrige. La pregunta obligada es: ¿Danilo Medina marcará la excepción gubernamental respecto a lo que debe ser, por parte del Estado, una obligación, la de proteger a miles de niños harapientos, huérfanos, que deambulan por calles y avenidas del país, convirtiéndose en pedigüeños, alejados del más elemental sistema educativo nacional?
Esta es la realidad que se observa en el país, y aunque no tienen necesariamente que ser amparados por el Estado, por lo menos es a las autoridades que les corresponde buscar una solución.
Cada día se agudiza más ese gris panorama. Es un problema, según profesionales de la conducta y de la ciencia sociológica, “fácil” de buscarle una solución. Desde sus vehículos, los conductores palpan la desgracia que abate a los niños harapientos debajo de los semáfores y en las esquinas de avenidas.
Niños que por no tener el respaldo del Estado, mucho menos de sus padres -muchas veces irresponsables o que no existen-, son especies de “entes sin ningún futuro”. Y no tienen reales posibilidades de ser ciudadanos profesionales y ejemplares padres de familia.
En un parafraseo de la expresión “El coronel no tiene quien le escriba” -que sirve de título a la conocida novela del laureado escritor colombiano Gabriel García Márquez (Premio Nobel de Literatura 1982)-, se puede afirmar que “los niños indigentes y pedigüeños dominicanos no tienen quién los proteja”.
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