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¿Se nos va la olla? (literalmente)


Dentro del fabuloso mundo del transhumanismo, que propone construir una humanidad mejor (o algo así) integrando la tecnología en nuestra naturaleza, quizás lo más extremo y asombroso sea la llamada transferencia mental.
Consiste en transferir la mente humana a un código, como si fuera un programa informático, que luego se pueda montar en cualquier otro soporte, por ejemplo, un nuevo cuerpo robótico o una tableta. Nuestra mente en un ordenador potente podría incluso funcionar mejor que en nuestro viejo cerebro biológico, según opina Ray Kurzweil, teórico de la Singularidad Tecnológica.

Una curiosa consecuencia del asunto es que, teóricamente, podrían hacerse múltiples copias del yo… pero, ¿quién sería yo? Por supuesto, una mente convertida en algo así como un software sería potencialmente inmortal que es lo que, en última instancia, pretenden muchos transhumanistas: vivir para siempre, con lo feo que se está poniendo el mundo.
Dentro de esa corriente todavía hay ideas más locas, como la de la mente sin sustrato, es decir, la disociación de la mente de la materia, convertirnos en pura consciencia, en seres evanescentes, como los espíritus.
Aunque generalmente la transferencia mental (y, sobre todo, la mente sin sustrato) es considerada una excentricidad, según cuenta Mark O’Connell en el reciente ensayo Cómo ser una máquina (Capitán Swing), en Silicon Valley, donde todo parece posible (excepto encontrar un alquiler razonable), se habla del tema sin ningún tipo de tapujo.
De hecho, la empresa Carboncopies, cofundada por el neurocientífi co Randal A. Koene, trabaja en el asunto. Algún día seremos una cuenta de Twitter y nos pasaremos la vida (eterna) entre hashtags e insultos. ¿Qué foto pondremos de perfi l? Lo que yo me pregunto es qué hace una mente sin sustrato para sacar la basura, tomar cañas o pasar los domingos por la tarde.

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