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La Virgen de la Altagracia protectora y reina de los dominicanos


Santo Domingo
Vestidos de blanco, cientos de residentes del Gran Santo Domingo se dieron cita al Santuario La Altagracia, de la Zona Colonial, para rendir culto a la Virgen de La Altagracia, protectora del pueblo dominicano.
Portando ramos de flores, crucifijos, rosarios y retratos de la Virgen, oraban por su bienestar y daban gracias por los favores recibidos.
“Yo le pido con fe porque es la madre de Jesús. Le pido por mi salud y un dolor de pecho que tengo. Qué nos cubra a todos y nos proteja”, dijo María Jiménez, quien sin desplazarse  a la Basílica de Higüey pudo venerar a la madre protectora.
Otros, con niños brazos y agarrados de la mano, hacían filas para colocar velones encendidos y agradecer a la Virgen por las peticiones cumplidas.
“Yo les vengo a dar las gracias por mi niño. A él me lo chocaron y tenía un dolor en una pierna que no se le quitaba y lloraba mucho y como yo creo en ella, le pedí que en el nombre de Dios y ella me lo sanen y ya no tiene dolor”, dijo Marcelina Montero, residente de Los Mina.
En el Santuario La Altagracia se celebraron tres misas a cargo del sacerdote Ricardo de la Rosa.
Mientras que en la Catedral Primada de América se realizaron dos ceremonias,  oficiadas por el párroco Nelkys Acevedo, que también contaron con la presencia de dominicanos de diferentes partes de Santo Domingo.


La historia sobre la Virgen de la Altagracia se remonta a los tiempos de la colonia, 400 años atrás, cuando a principios de enero, la devota hija de un rico comerciante de Higüey pidió a éste que le trajese de Santo Domingo un cuadro de Nuestra Señora de la Altagracia.
El padre trató inútilmente de conseguirlo por todas partes, pero nadie había oído hablar de esa advocación Mariana.
Ya en Higüey, el comerciante decidió pasa la noche en una pensión. En la cena, apenado por la frustración que seguramente sentiría su hija cuando le viera llegar con las manos vacías, compartió su tristeza con los presentes relatándoles su infructuosa búsqueda.
Mientras hablaba, un hombre de edad avanzada y largas barbas que también iba de paso, sacó de su saco un pequeño lienzo enrollado y se lo entregó al comerciante diciéndole : “Esto es lo que usted busca”. Era la Virgen de la Altagracia. Al amanecer el anciano había desaparecido envuelto en el misterio.
El lienzo presentaba una hermosísima imagen de la virgen en el grandioso momento de su alumbramiento, una representación feliz del misterio de la Maternidad Divina de María. Esa es la Alta Gracia.
La tradición narra que el 21 de enero, la hija del comerciante recibió a su padre al pie de un naranjo, en el mismo lugar donde hoy se encuentra el santuario de Higüey. Allí el comerciante con mucha alegría y satisfacción le entregó a su adorada hija ese regalo tan anhelado.
La imagen de Nuestra Señora de la Altagracia ha tenido el privilegio especial de ser coronada dos veces. El 15 de agosto de 1922, en el pontificado de Pío XI y por el Papa Juan Pablo II, quien durante su visita a la isla de Santo Domingo el 25 de enero de 1979, coronó personalmente a la imagen con una diadema de plata sobredorada, regalo personal suyo a la virgen, primera evangelizadora de las Américas.
La República Dominicana tiene dos advocaciones marianas: Nuestra Señora de las Mercedes, patrona del pueblo dominicano desde 1616 y la Virgen de la Altagracia, protectora y reina del corazón de los dominicanos. Advocación es el título que se le da a una imagen, a un altar o un templo.
Tanto Nuestra Señora de las Mercedes, como la Virgen de la Altagracia, la de Guadalupe, la de la Caridad, entre otras advocaciones son la misma Virgen María, madre de Dios.

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