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Padres que crían a sus hijos solos: “El compromiso que tienes con tus hijos supera cualquier otro”


Santo Domingo
El dos de agosto del 2005 marcó un antes y un después en la vida de Henry Ramírez Ferreras. Ese día, desde el cual han pasado ya casi catorce años, no solo perdió a su esposa producto de un cáncer de colon; Ramírez Ferreras quedó solo con la responsabilidad de sacar adelante a sus dos pequeños hijos: Henry Jhenovy, un niño de siete años, y Jhenery, una niña que estaba a punto de cumplir diez.
Fiel a su compromiso como padre, Ramírez Ferreras asumió el desafío. No importó que por aquel entonces tuviera dos empleos que le ocupaban, en conjunto, casi catorce horas de su día.
Además, antes de partir de este mundo, su esposa le había insistido en que no dejara solos a sus hijos, porque nadie se encontraba más capacitado que él para cuidarlos.
“Es un momento difícil”, confiesa. “Uno lo primero que se pregunta es: ‘¿Ahora cómo me voy a hacer solo y con dos muchachos, dos trabajos...?’. La vida te cambia muchos planes”.


Pero en circunstancias como las que ahora vivía, por lo general, un padre encuentra el respaldo de su familia.
Durante los primeros meses de su nueva vida y todavía con el impacto emocional y económico de la pérdida que habían sufrido, Ramírez Ferreras se apoyó en una tía política de sus hijos, que se quedó al lado de los chicos mientras él encontraba una persona que pudiera cuidarlos cuando él estuviera en el trabajo.
No obstante, llegó un momento en que decidió prescindir de cualquier ayuda externa en el hogar. Entonces tenía que hacer nuevos sacrificios, como levantarse aún más temprano para dejarles el desayuno a sus hijos antes de que se marcharan a la escuela y preparar cena cada día al llegar a casa del trabajo (de hecho, dicen sus hijos con orgullo y gratitud, todavía lo hace).
En su trabajo -recuerda- tuvo que pedir un permiso especial por escrito, a fin de tomarse una hora libre más al mediodía. Así podía comprar comida, recoger a sus hijos a la salida de la escuela y almorzar junto a ellos.
“Al mediodía, yo podía estar en la reunión que fuera y pedía excusa y me iba a buscarlos”, cuenta.
Y no solo eso. También se acabaron los “viernes sociales”. Los amigos debían esperar; sus hijos aguardaban por él en casa.
Esos pequeños ajustes cotidianos no fueron los únicos que se vio obligado a realizar. Este ingeniero industrial, que cuando enviudó contaba con 35 años de edad, dejó inconclusa una maestría y pospuso su aspiración de estudiar otra carrera. Todo para poder dedicarles a sus hijos el tiempo que necesitaban.
“Si no lo hubiera hecho, no habría tenido tiempo ni para para ellos ni para mí. No habría obtenido los resultados que he obtenido con ellos”, asegura.
Su hija, hoy de 23 años, es una profesional de la comunicación social y su hijo, de 21, cursa el cuarto semestre de ingeniería electromecánica en la universidad.
Los jóvenes reconocen que en algún momento durante su adolescencia llegaron a pensar que su padre era muy estricto, pues limitaba sus salidas y libertades, pero ahora dicen comprenderlo y agradecerle por haberlos protegido.
“Al principio yo pensaba que era algo muy grande, pero hoy me doy cuenta de que si él no hubiera sido así, yo no fuera lo que soy hoy”, comenta Jhenery.
Ramírez Ferreras tiene claro cuál es el mayor legado que quiere dejar a sus hijos: la educación.
“Mis hijos son míos y de la sociedad”, comenta. “Mi objetivo es darle a la sociedad un producto terminado”.
Un hombre educando
a otro hombre
José Dolores Ovalles recuerda con cariño aquel día cuando su hijo Daniel José regresó del colegio con una curiosa inquietud: por qué a sus compañeritos de clases alguna vez sus padres los habían castigado con una pela, mientras que a él nunca le habían pegado.
La anécdota, que refleja tanto la inocencia del chico como el tipo de crianza que recibió, es solo una de las muchas que Ovalles vivió siendo padre soltero y que atesora como parte de sus más hermosos recuerdos de vida.
Ovalles se hizo cargo de Daniel José, su único hijo, cuando este contaba con 18 meses de nacido.
Para la madre del pequeño, que residía fuera del país, resultaba más complejo combinar el cuidado del chiquillo con sus responsabilidades laborales.
Ovalles, en cambio, disfrutaba de mayor holgura y podía apoyarse en su familia para atender al niño.
Así que la pareja estuvo de acuerdo en que lo mejor en aquel momento era que Daniel José se viniera a vivir a República Dominicana junto a su progenitor.
Y así fue. El infante vino a vivir bajo el mismo techo que su padre, que por entonces tenía 32 años, vivía solo y poseía su propio negocio.
“Nunca pensé en el miedo -comenta-. Creo que tener un hijo, y más criarlo, formarlo y desarrollarlo, es una bendición del universo para uno, junto a él, verlo desarrollarse y crecer y pasar muchísimas experiencias”.
A la memoria de Ovalles vienen, una tras otra, muchas de esas experiencias: verlo caer y animarlo a levantarse para seguir adelante como “un campeón”, enseñarlo a jugar golf (un deporte que todavía practican juntos de vez en cuando), un día observarlo gatear y “en un abrir y cerrar de ojos” mirarlo convertido en un hombre mucho más alto y fuerte que él, acercarse a su lecho cada noche para susurrarle al oído un “Te quiero mucho”, rebasar los “terribles” catorce años (cuando los muchachos se tornan más rebeldes y ariscos)...
Ovalles educó a su hijo para que se convirtiera en un adulto independiente.
Ejemplo de ello es que cuando tenía apenas doce años, puso en sus manos una tarjeta de crédito para que resolviera pequeñas emergencias si papá no estaba.
Siente que logró su cometido y quizás lo ayudó el hecho de que le tocara criar a un varón.
“El que haya sido varón o hembra no hace la diferencia, pero la hembra es mucho más complicada para un papá. Uno tiene que vivir cuidándola más”, expresa Ovalles.
Este padre soltero reconoce que el mérito de sacar adelante a su hijo y convertirlo en un hombre de bien corresponde también a sus padres y hermanos, que siempre le apoyaron.
Una niñera se encargaba de atender a Daniel José cuando era pequeño y, si por motivos de trabajo Ovalles debía salir del país, sus familiares le echaban una mano.
Pero eso no significa que él no tuviera que hacer ajustes en su vida para cumplir con su rol paterno.
Hubo momentos en que debió renunciar a alguna salida o momento de disfrute personal para atender a su hijo enfermo.
En una ocasión, incluso, mudó su negocio a su casa con el fin de que su hijo lo viera trabajar y aprendiera de su ejemplo.
“Cuando tú eres soltero y tienes un compromiso de ese nivel, este compromiso con tus hijos supera cualquier otro”, asegura.
Al final de cuentas, argumenta, la vida se trata de dar y recibir y nadie puede tenerlo todo.
“Tú renuncias a muchas cosas (por tus hijos), pero te compensan muchas otras experiencias”, concluye Ovalles.

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