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Advierten edificaciones del país son vulnerables a grandes sismos

EFE
Santo Domingo
El terremoto de magnitud 5,3 que sacudió el pasado lunes la República Dominicana y que se percibió en gran parte del territorio nacional generó un desasosiego considerable en la población y llevó nuevamente a analizar la vulnerabilidad del país ante eventos sísmicos.
Los expertos señalan desde hace años la fragilidad de edificaciones de uso público, como escuelas y hospitales, advertencia que se ha vuelto a escuchar a raíz del terremoto del 4 de febrero, con epicentro en el mar Caribe, 28,1 kilómetros al sureste de Mano Juan, en la isla Saona.
A las deficiencias en las construcciones se suma la falta de conocimiento de una buena parte de la población sobre cómo actuar en caso de terremoto, debido a la ausencia de protocolos.
Y eso a pesar de que la isla La Española, que República Dominicana comparte con Haití, está ubicada en una zona de gran actividad sísmica causada por un sistema de 14 fallas geológicas activas que atraviesan casi todo el territorio firme y algunas zonas marinas próximas a su territorio.
Según la Sociedad Dominicana de Sismología e Ingeniería Sísmica (Sodosísmica), son dos de estas fallas las que podrían generar importantes sismos, la Enriquillo, que se extiende a través de la parte sur, sobre el mar Caribe; y la falla Septentrional Oriente, que discurre a lo largo del lado norte de la isla.
El director del Centro Nacional de Sismología (CNS), Ramón Delanoy, señaló en declaraciones a Efe que “muchas construcciones no cumplen con las reglas recomendadas” para un país con alta actividad sísmica, de modo que, en caso de producirse un temblor, las “pérdidas humanas serían bastantes”, advirtió el sismólogo.
El hecho de que hay construcciones que no son sismo-resistentes quedó patente en los daños que presentaban varias escuelas en La Altagracia, El Seibo y La Romana (este), posteriormente inspeccionadas por el Ministerio de Educación para evaluar y corregir los desperfectos, de diversa importancia.
En este sentido, Delanoy consideró que se deben reforzar las estructuras de centros educativos y sanitarios, así como de aquellos edificios donde hay gran concentración de personas.
En cuanto a la otra asignatura pendiente, falta de formación y de protocolos oficiales ante un evento de estas características, también quedó reflejada el pasado lunes cuando personal de algunas oficinas y comercios de la capital salió de sus lugares de trabajo sin orden ni concierto, y sin esperar a que el suelo dejara de temblar.
Conscientes de lo necesario que resulta poner en conocimiento de la población cómo manejarse en estas situaciones, desde el CNS “estamos tratando de establecer unos protocolos, a través de simulacros”, sobre cómo evacuar edificios y qué directrices seguir, porque la gente, por lo general, “entra en pánico y no sabe cómo actuar”.
Con un comportamiento adecuado pueden evitarse daños físicos y pérdidas humanas, por eso es importante hacer una labor de educación en las escuelas, ya que actualmente no existen planes formativos en la materia y no hay una coordinación entre instituciones para educar a la ciudadanía, lamentó el experto.
Lo que sí se produce en la República Dominicana es un monitoreo constante de la actividad sísmica que se registra en la región por parte del personal del CNS.
Desde su sede de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) están en contacto permanente con los servicios de emergencia, con las fuerzas de seguridad y con diversas autoridades para actuar con rapidez en caso de que se produzca un terremoto y atender las necesidades de la población.
Aunque según cree Delanoy, no se espera un gran suceso sísmico a corto plazo, ya que con la liberación de energía que se produjo durante el movimiento del 4 de febrero disminuyen las posibilidades de que ocurra un temblor superior a siete grados, tal y como venían advirtiendo los expertos desde hace meses.
“Creemos que pasará un buen tiempo para que vuelva a suceder” un gran terremoto, afirmó el sismólogo, quien señaló que las abundantes réplicas que siguieron al temblor principal, muchas de ellas entorno a los tres grados, no son solo un fenómeno normal, sino que además permiten que la corteza terrestre “se acomode y se estabilice”.

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