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Por qué los automóviles se llaman así (y todos los terribles nombres que estuvieron a punto de tener)

Los automóviles llevan con nosotros más de un siglo y ya damos por hecho que automovil, coche o carro son los nombres que han tenido siempre, pero en realidad no es así. 

Cuando nacieron, estos vehículos de cuatro ruedas a motor se llamaban de muchas formas, y algunas eran absolutamente terribles.


En realidad, cuando los automóviles comenzaron a fabricarse prácticamente cada compañía tenía una forma diferente de llamar a aquel invento. En realidad tiene sentido. Cada vez que se inventa algo a menudo no hay un nombre genérico para ello hasta que no pasan unos años.
Lo más curioso es que el nombre con el que hoy conocemos a los automóviles enfadó a mucha gente en su momento. En un ejemplar de agosto de 1897, The New York Times informaba de que “el nuevo vagón mecánico conocido por el horroroso nombre de automóvil había llegado para quedarse”.
Un momento... Si automóvil es un nombre horroroso, ¿cuales eran las alternativas?

Los nombres de las primeras patentes

En 1792, Oliver Evans aplicó una patente en Philadelphia para registrar el prototipo de lo que en esencia era un automóvil. ¿Su nombre? Oruktor Amphibolos. En esencia era un vehículo anfibio incapaz de girar y pensado para atracar en los muelles de la ciudad, pero era el primer vehículo autopropulsado registrado en Estados Unidos. Por fortuna, y pese al entusiasmo de Evans por la idea, su diseño no llegó muy lejos.
Entonces llegó George Selden. En 1879, este abogado de patentes de Nueva York registró algo llamado “Máquina de camino” (road machine) que es solo un poco más aceptable que Oruktor. El problema es que no había inventado nada. Solo registró el nombre, pero amplió la patente y, durante años, recaudó royalties de la naciente industria automotriz sin haber aportado absolutamente nada.
Henry Ford estaba realmente enfadado con Selden y en 1904 demandó a este troll de las patentes. El jurado, con mucho sentido común, decidió que Selden debía fabricar su propia máquina automotriz para poder mantener su patente bajo control. No fue capaz. En 1911, la patente expiró y los fabricantes por fin pudieron construir automóviles a un coste más bajo sin tener que pagar el infame peaje del abogado.
Mientras el juicio a Selden tenía lugar, los fabricantes de bicicletas Charles y Frank Duryea decidieron ampliar el negocio. En 1895 habían patentado algo llamado vagones a motor (motor wagons) y ya lo tenían a punto. Frank Duryea participó en la primera carrera de prototipos de automóvil de la historia y alcanzó la increíble velocidad de 11,7 km/h. Su vehículo se hizo tan famoso que fue el primer automóvil en venderse en Estados Unidos. Poco después, su propietario protagonizó el primer accidente de automóvil de la historia.
En 1896, inspirado también por las bicicletas, Henry Ford patentó su propia versión del automóvil. La llamó cuadriciclo, y todavía hoy tenemos que dar gracias de que el nombre no calara en el público.

Los nombres en la prensa

Seguía sin haber consenso sobre cómo llamar a los automóviles y tampoco había un nombre oficial, así que los periodistas básicamente se inventaban cómo llamar a aquellos artilugios. Estos son algunos de los nombres que aparecieron en los periódicos de la época.
  • Autobaine
  • Autokenetic
  • Autometon
  • Automotor horse
  • Buggyaut
  • Diamote
  • Horseless carriage
  • Mocole
  • Motor carriage
  • Motorig
  • Motor-vique
  • Oleo locomotive
  • Truckle

El nombre “automóvil”

El nombre Automóvil, curiosamente, no se patentó en la época. Nació muchos siglos antes de la mano de un pintor e ingeniero italiano llamado Martini. Al igual que Selden, Martini nunca llegó a fabricar un automóvil. Solo dibujó los diseños de un carruaje autopropulsado y eligió las palabras del latín auto y mobils que significan literalmente autopropulsado.
Siglos más tarde, automóvil era solo un nombre más de los muchos que tenía aquel invento tan extraño ¿Cómo llegó entonces a imponerse sobre el resto? Paradójicamente, el artículo del New York Times en el que se aseguraba que era un nombre horroroso tuvo el efecto contrario al deseado y contribuyó a que los lectores recordaran aquella denominación. Carro (Car) del celta carrus fue otro de los nombres más populares, y de hecho lo sigue siendo en el habla popular. Lo que está claro es que tuvimos mucha suerte con el nombre dadas las alternativas.

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