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Carolina Herrera se despide de la pasarela



La diseñadora venezolana ahora será embajadora de su marca y no la encargada de todos los aspectos de ella. En entrevista, insiste en que no se trata de un retiro, habla de su sucesor y discute su percepción de la belleza.


Este lunes por la noche, cuando termine su pasarela en el Museo de Arte Moderno en Nueva York, Carolina Herrera saldrá a saludar al público como lo ha hecho durante los últimos 37 años. Como es habitual, estará con un peinado y un atuendo impecables; lo más probable es que use una blusa blanca y una falda oscura con aretes de perlas blancas brillantes. Como siempre, Reinaldo, su esposo, será parte del público, junto con sus hijas, Patricia y Carolina.
Mercedes y Ana Luisa, las hijas que tuvo en su primer matrimonio, también estarán ahí. Al igual que Bianca Jagger, que estuvo en su primer desfile en 1981. Otro de los asistentes será su viejo amigo Calvin Klein. Así como veinticinco de los hombres y mujeres de su cámara de muestras, con sus batas blancas puestas. También asistirá Wes Gordon, de 31 años, quien ha sido su consultor creativo durante once meses.
Con ese saludo, Herrera también se despedirá de las pasarelas.
A partir del 13 de febrero tendrá un nuevo puesto en su empresa, como embajadora mundial de la marca, y Gordon se convertirá en el director creativo.
“Solo no digan que me estoy retirando”, dijo la diseñadora, de 79 años, con un ademán de rechazo. Estaba sentada en un sofá con franjas color chocolate y crema en su propiedad en el piso 17 de un edificio en el Distrito Garment, con vista al Empire State. “¡No es mi retiro! Simplemente comenzaré una nueva etapa”.
Ella eligió su nuevo título. Promoverá la marca en eventos en tiendas por todo el mundo. Aprovechará su estatus de leyenda viva —lo que Emilie Rubinfeld, la presidenta de la marca, llama “el efecto Carolina”— para beneficio de su empresa. Pasará más tiempo en casa con su esposo, sus doce nietos y seis bisnietos.
Sin embargo, agregó, no “despertará cada día preocupada por dónde poner las mangas o decidir si una falda debe ser larga o corta”, lo cual es otra manera de decir que no diseñará. La discreción pulida siempre ha sido parte de su sello distintivo.
Sin importar cómo se le llame, la transición es otro cambio generacional para la moda.
Eso puede ser inquietante para el grupo de clientes leales de Herrera, como Renée Zellweger, que usó la marca en las ceremonias de los Oscar en 2004, 2008 y 2013, y Caroline Kennedy, que usó uno de sus vestidos en su boda. En especial porque a la moda, aunque adora los cambios, históricamente no le ha ido bien cuando se trata de delegar el poder.
Es una decisión complicada y tensa, con la insinuaciones de mortalidad y pérdida de control que conlleva, sobre todo para quienes sus nombres están en los letreros de las puertas de sus tiendas.
Antes de morir, Oscar de la Renta nombró a un sucesor, Peter Copping, quien se suponía que trabajaría a su lado y aprendería sus métodos, pero De la Renta falleció antes de que eso sucediera; Copping entró en conflicto con los deudos de De la Renta y renunció después de un año. Diane von Furstenberg ha nombrado a varios diseñadores herederos, con un plan de concentrarse en su trabajo como activista y defensora feminista, pero hasta ahora todos han durado dos años o menos.
Herrera tuvo un momento incómodo bajo los reflectores a finales de 2016 —una inusual revelación de ropa sucia en una empresa conocida por siempre estar perfectamente presentable— cuando se vio envuelta en un proceso judicial con la empresa Oscar de la Renta y se reveló que su exdirector ejecutivo, François Kress, había tramado un plan para remplazarla con la diseñadora Laura Kim. (Al final el caso se resolvió y Kress se fue).
Herrera no reveló si fue esa experiencia lo que provocó que comenzara a pensar en el futuro —ante la pregunta, hizo una mueca de disgusto y habló de la importancia de no voltear hacia el pasado—, pero eso ha estado en su mente durante casi dos años. En parte debido a que las exigencias que enfrentan los diseñadores se han hecho más extremas que nunca.
“Hay una colección cada seis semanas”, comentó. “Me decían: ‘¿Puedes ir a la inauguración de la tienda en Dubái?’. Y yo respondía: ‘No, tengo una pasarela’”.
Además, continuó Herrera: “La moda ha cambiado mucho. Lo que les gusta ahora es la fealdad. Las mujeres se visten de una manera muy extraña. Como payasos. Hay mucha presión para cambiar todo el tiempo, pero es mejor usar lo que mejor te quede. Solo agrega algo nuevo y tendrás una gran apariencia. La consistencia es importante”.
Es un axioma que le ha dado 1400 millones de dólares en ventas anuales, según lo que reporta la empresa, y un lugar en el salón de la fama de las personas mejor vestidas, así que es comprensible que quiera que su director creativo sea alguien afín a esas ideas. Alguien que no quiera rehacer todo en su imagen, que entienda su lugar en el universo Herrera y valore, por ejemplo, los aforismos que ella escribe con su caligrafía llena de rizos en un bloc de notas que después guarda en los cajones de su escritorio para leerlos cuando sea necesario: “La manera más fácil de verse viejo es vestirse como joven”. “La elegancia es algo memorable”. “Envejecer es todas las cosas que no has logrado hacer”.
Gordon, un encantador y desgarbado sureño, se unió a la empresa como consultor creativo en marzo pasado por sugerencia de Rubinfeld después de cerrar su propia marca, que era conocida por su adopción desvergonzada de una estética suburbana, una característica poco común entre jóvenes diseñadores enfocados en gran parte en el estilo urbano y lo conceptual. Él y Herrera tuvieron una conexión instantánea gracias a su enfoque en un gusto que califican como “civilizado”, “de lujo” y de “feminidad audaz”, así como el hecho de que para ambos la meta no era lo que es “genial”, sino lo “hermoso”.
Después de pasar por los éxitos y fracasos de su propia marca, Gordon estaba feliz de tener a Herrera en cada sesión de prueba y que cada diseño estuviera sujeto a su aprobación. No tenía idea de que en realidad estaba a prueba para obtener un puesto más grande. Herrera en realidad no habló al respecto con nadie más que su esposo. “Tomé la decisión yo”, dijo. “Solo yo”.
Aunque Herrera conservará su oficina, con su retrato hecho por Warhol, fotos de calidad Vogue y su caballo encabritado de bronce, ya no irá todos los días. “Debes preparar tu mente para aceptar la realidad de que no harás las cosas a las que estás acostumbrada”, dijo. De cualquier forma, estará ocupada con las relaciones internacionales de la marca.
Sus hijas, Patricia (consultora de proyectos especiales) y Carolina (directora creativa del área de fragancias), seguirán trabajando en la empresa. Gordon aún estará en su oficina al otro lado del pasillo, con sus tableros de tendencias y muestrarios de telas. Por el momento, todos están convencidos de que han encontrado un feliz equilibrio para el futuro.
Por ello la colección final de Herrera no será una retrospectiva y también insiste en que no llorará (Rubinfeld, por otro lado, espera que sea una noche emotiva). En cuanto a la siguiente temporada, ¿qué hará cuando sea el turno de Gordon de hacer una reverencia al final de la pasarela?
“Estaré en primera fila”, dijo Herrera con una carcajada. “Estoy muy emocionada”.

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