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Los retos de la universidad para renovarse

Renovar estructuras y métodos, mejorar las asignaturas pendientes de la empleabilidad y de la transferencia a la sociedad son desafíos a los que se enfrenta la Educación Superior no solo para adaptarse a la revolución digital, sino para ser su guía

La universidad española ya no puede esperar más. Es la sensación que late en gran parte de la comunidad educativa. Precisa con urgencia de una profunda transformación para adaptarse a la vertiginosa revolución tecnológica o terminará por ser engullida. Más allá de las clases magistrales, siempre necesarias, en algunas de estas instituciones ya se están produciendo tímidos cambios, muy aislados: profesores que experimentan vanguardistas modelos pedagógicos, alumnos que trabajan en aulas y entornos totalmente tecnológicos, titulaciones «online» que se pueden obtener desde el pueblo más remoto....
Pero es hora de afrontar retos mayores para asumir un nuevo paradigma: crear una universidad de calidad, basada en la formación continúa, con remozadas estructuras de gobierno y sistemas alternativos de financiación. Con titulaciones que generen mayor empleabilidad, iniciativas que estimulen la capacidad investigadora, medidas que impulsen la transferencia del conocimiento a la sociedad, recurriendo a los mejores profesores, apostando por una mayor internacionalización...
No es la universidad idílica, sino la del futuro. De la que ya se habla desde hace años. Parte de estas propuestas son los retos que una comisión de expertos ya planteó al entonces ministro de Educación José Ignacio Wert allá por 2012. Y ahora algunas de estos requerimientos aparecen en un reciente documento («Reformas urgentes del Sistema Universitario Español») que salió de un seminario, celebrado en marzo en Segovia y organizado por la Consejería de Educación y la Fundación Universidades y Enseñanzas Superiores de Castilla y León y la IE University. Allí se reunieron rectores, consejeros de educación de diferentes comunidades, representantes ministeriales y de muy diversas instituciones. «El documento es un punto de partida que se hará llegar al Ministerio para que lo tenga en cuenta», afirma Rafael Puyol, uno de los autores de este informe (y del de 2012) y presidente del Patronato de IE University.


Destrezas y habilidades
El documento recoge toda una batería de propuestas de renovación. Porque en esta profunda transformación hay que tener en cuenta otro handicap, que precisamente es la palanca que impulsa la necesidad de cambio: la digitalización demanda nuevos perfiles profesionales que no se encuentran en el mercado laboral. Según datos de la consultora Randstad, la revolución tecnológica generará en España 1.250.000 empleos en los próximos cinco años. «Se dice que el 60% de las profesiones nos resultarán desconocidas», dice Puyol. Es decir, hay una gran brecha entre las profesiones que demandan las empresas y los estudios que ofrece la universidad. La economía digital necesitará titulaciones que todavía no se conocen ni están diseñadas. «Para afrontar esas nueva actividades que ni siquiera imaginamos debemos apostar por una formación generalista, que se centre en desarrollar destrezas y capacidades más que contenidos concretos. Y apostar por la formación continua. La universidad debe facilitar la formación durante toda la vida, a cualquier edad y en cualquier momento», defiende Puyol.
La estrategia de desarrollar competencias es algo aceptado. «Por ejemplo, saber gestionar la información y el conocimiento, tener capacidad de adaptación a nuevas situaciones, capacidad para el aprendizaje autónomo, para saber estar en contacto con varias disciplinas...», enumera Eugenio Lanzadera, secretario general de la Universidad a Distancia de Madrid (Udima). «La universidad se debe a la demanda de la sociedad y a las exigencias del mercado. Tenemos que formar en lo que exigen las nuevas profesiones, porque quien demanda es el mercado. La clave es la empleabilidad», continua. Así también lo entiende la comunidad universitaria: hay que aumentar la empleabilidad de los alumnos, en bajos niveles en España. Precisamente, es uno de los objetivos del Espacio Europeo de Educación Superior. Para ello, el documento del seminario de Segovia propone, por ejemplo, impulsar la movilidad geográfica de los estudiantes, atraer a los universitarios extranjeros, revisar el mapa de títulos adaptándolo a las necesidades del mercado laboral y reducir la oferta (se imparten 2.723 grados en España), perseguir la especialización de las universidades, estrechar los lazos con la empresa...
En esta gran transformación, el papel del profesor da un giro de 360 grados. «Es el que tiene que cambiar y dar una formación distinta. Antes tenía la autoridad, pero ahora la tiene Google. Así que el docente debe impartir conocimientos y también criterios para que el alumno sepa buscar lo que le interesa. Debe ser muy universalista», entiende Javier Rovira, profesor de ESIC. Muchas cosas tienen que cambiar en el cuerpo docente, según el informe de Segovia. Los profesores deben renovarse. Y eso exige desde diseñar un nuevo sistema de incentivos que estimule su actividad, hasta recibir una formación continua y reciclarse en nuevos métodos y soportes tecnológicos, asumir tareas más complejas y nuevos roles como educadores, eliminar la tasa de reposición para que cada universidad se autorregule, promover su movilidad... mejores
Hay otro asunto importante: captar a jóvenes docentes. En el curso 2015-2016 había 118.094 profesores e investigadores en la universidad. Este cuerpo docente supera los 50 años de media. El 48,9% de los catedráticos de universidad tiene 60 o más años. Como ejemplo, en la Universidad de Barcelona, que suele ser una de las instituciones españolas con mejor posición en los ranking internacionales, su profesorado tiene una media de edad de 58 años. Si el relevo generacional no se va produciendo, «en diez años estamos muertos. No tendremos investigadores y pasaremos a los últimos puestos de los ranking», asegura Ernest Pons, portavoz del Equipo de Gobierno de esta entidad. Ya son muchos los que piden flexibilidad en las condiciones de contratación y en la selección del profesorado para escoger a los mejores.
«Es preciso instituciones más flexibles, menos burocráticas y más ágiles», advierte el informe de Segovia. En él aparecen propuestas como cambiar las estructuras de gobierno de las universidades y el sistema de elección de rectores, reforzar la autonomía, que el rector pueda nombrar a sus decanos, redefinir los claustros... El enfoque da un vuelco, como explica Pons. «Las nuevas tecnologías requieren nuevas competencias en todos los ámbitos. Por ejemplo, nosotros tenemos una portavocía que da una imagen de marca de la universidad; hemos creado un vicerrectorado de transformación digital, nos fijamos en otras experiencias en temas de transparencia, de buen gobierno...».
La investigación para generar conocimiento y su transferencia a la sociedad es lo que hace que la universidad sea una institución estratégica para el futuro de todos. Y eso hay que potenciarlo. Los rectores se quejan de falta de medios no solo para mantener la estructura (la docencia) sino también para investigación. Ante la falta de recursos (la inversión pública en investigación ha caído un 21% y la privada un 47%), son muchos los que advierten de la necesidad de diversificar las fuentes de financiación. Y de rendir las cuentas claras en función de los resultados. Se piden más fondos (hasta llegar a invertir un 3% del PIB en investigación y transferencia), más becas y ayudas, mayor relación con la empresa, impulsar la educación emprendedora...
A pesar de tanta necesidad de cambio, la universidad ha mejorado en los últimos años. La adaptación al Espacio Europeo de Educación Superior ha subido un 23% el rendimiento académico. La transformación multiplicaría esos resultados. Y no hay que olvidar, como explica Valentín Martínez-Otero, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, que «la universidad del siglo XXI no puede renunciar a su papel de faro y liderazgo de muchos procesos personales y sociales: impulso de la creatividad, manejo saludable de la tecnología, fomento del aprendizaje permanente... Es una responsabilidad moral, intelectual y social». Avanzar para liderar el cambio de la sociedad, ese el gran reto de la universidad del futuro.

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